¿Cuándo debo tomarme la medicina? Influye la actividad y el paciente 

Cuando se dice que una medicina se debe tomar cada 4, 6, 8, 12 o 24 horas, es por el tiempo que dura la actividad de la misma. 

Como ejemplo podemos poner una habitación interior, sin ventanas y sin luz eléctrica, que queremos tener iluminada todo el día y ponemos velas. Si ponemos una vela que se acaba a las 8 horas, tendremos que utilizar tres velas para tener luz todo el día. Si ponemos una vela que dura 24 horas, con una será suficiente.

Pongamos que le han recetado un comprimido cada 8 horas. No hay que estar con el reloj en la mano para cumplirlo a rajatabla. Se toma mañana, mediodía y noche.

Poner el despertador para tomar una medicina de madrugada, es una barbaridad. Esa duración del efecto es aproximada, depende de muchos factores. No es que sea distinta en una persona que en otra, es que puede ser distinta en la misma persona, dependiendo de cómo se encuentre.

Hay un aforismo en medicina que dice: “Lo que a Rubén le va bien, a Ramiro le sienta como un tiro”. Pero podemos decir, sin temor a equivocarnos que: “Lo que a Rubén le va bien, a Rubén le sienta como un tiro, porque no siempre somos el mismo”. No suele ocurrir habitualmente, pero hay que tenerlo en cuenta. 

Los niños metabolizan antes y puede que necesiten dosis más altas que los adultos. Los ancianos eliminan los medicamentos más lentamente y pueden necesitar dosis menores o más espaciadas. No es igual la gente que hace mucho ejercicio que la que se pasa la vida delante de la televisión.

¿Durante cuánto tiempo tengo que tomar las medicinas? 

En principio, el tiempo que diga el médico. El problema está en las enfermedades crónicas, psíquicas, dolorosas o inflamatorias. Aquí interviene o debería intervenir, de manera principal el paciente. Nadie como él sabe cómo se encuentra, qué dosis le mejora su problema, qué otra le da efectos indeseables, a qué hora le sienta mal el tomarla, etc. 

Pongo un ejemplo. Una persona que toma, de vez en cuando, una pastilla para la ansiedad, un día se pregunta, “¿la tomaré o no la tomaré?”. Como regla general cuando se haga esa pregunta, la debe tomar. Si estuviera bien no pensaría en tomarla o no. Y la buena sintonía entre médico y paciente es fundamental. El médico que no deja que le cuente el paciente sus impresiones es un mal médico y si además dice: “El médico soy yo”, es que no tiene remedio y hay que huir de él. 

Además está el efecto terapéutico del médico. Hipócrates decía: “Cura más lo que te dice el médico que lo que te da”.

¿Antes, durante o después de las comidas?

El momento para tomarlas depende de si se absorben mejor en medio ácido o no. Algunas se absorben mejor en ayunas o con el estómago vacío, otras durante la comida o después de la misma y a otras muchas no les afecta la comida para nada. 

Si se toma el medicamento en el momento no adecuado, no deja de hacer su efecto, sólo pierde una parte de la actividad, así que no es un crimen.

¿Debo dejar la medicación?

Es importante saber que la dosis de ataque en cualquier enfermedad no es igual que la dosis de mantenimiento. No se debe mantener la dosis inicial indefinidamente. Aunque lo diga el papa.  También hay que saber interrumpir la medicación para comprobar si podemos pasar sin ella o para saber cuál es el efecto que nos produce. Algunas medicinas hay que ir dejándolas poco a poco, pero la mayoría se pueden suprimir sin más. 

Es aconsejable dejar de tomar la medicina teniendo todavía algunos comprimidos, por si hace falta volver a tomar y nos encontramos con que es fin de semana y no hay consulta. 

En ancianos se da con frecuencia el caso de que el hombre toma una medicina para un problema agudo, por ejemplo, un episodio de vértigo, y le va muy bien. Pues no hay manera de convencerle de que deje de tomarla. Y como episodios agudos hay muchos en los ancianos, (Cada día que amanece, a la puerta del viejo un nuevo dolor aparece), acaban tomando carros de medicinas. Así se encuentran más seguros porque una de las cargas de la vejez es el miedo a enfermar o a morir. 

El ‘efecto placebo’, un ejemplo 


Somos productores habituales de medicamentos, en la vida diaria, analgésicos, estimulantes, etc. Y todos tenemos una capacidad innata de modificar el comportamiento de los medicamentos en nuestro organismo. No es ya el efecto placebo: “tomo algo que creo que me va a curar y ya me encuentro mejor”. Por cierto, que existe el efecto nocebo, es decir, que “tome lo que tome me va a ir mal”. 


Un ejemplo de mi experiencia. Viene una señora desplazada, con una rodilla roja, hinchada, dolorosa y caliente. El médico de su ciudad le había recetado Voltarén 50, tres veces al día. Ha terminado la caja y sigue igual. Le exploro, hablo con ella y le receto Voltarén 50, tres veces al día. 

- Doctor, si acabo de tomar una caja y no me ha hecho nada.

- Ya verá cómo esta nueva caja le va a curar.

La paciente vuelve a la semana:

- Oiga doctor, al día siguiente de estar aquí se me bajó mucho la hinchazón. La rodilla ya no estaba roja y al tercer día ya no me dolía. 


Hablando con ella, sin aparentar ningún interés por el tema, le pregunté cómo había sido la consulta con su médico. Me dijo que no se levantó de la silla, casi no le dejó hablar y le hizo la receta. Receta que, hay que decirlo, estaba con el medicamento apropiado, pero todo no lo hace el medicamento. 

Recetarle exactamente el mismo medicamento con el mismo nombre comercial y misma dosis lo hice a conciencia seguro de que esa medicina no era responsable del fracaso. Me arriesgué a que la señora se pusiera en contra de lo recetado y anulara sus efectos. Fue una prueba de la capacidad de influencia del médico en la evolución de la enfermedad.

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