ENTRE los pesimistas tiene predicamento ese principio que adviertede que todo lo que va mal está irremisiblemente condenado a empeorar.Por supuesto, a los haitianos les está prohibido ser pesimistas,su realidad diaria cotidiana ya superó hace tiempo ese estadomelancólico. Primero fue el terremoto que destruyó el país ydejó decenas de miles de muertos el 12 de enero, luego el pasodel huracán Tomás , que abundó en la destrucción, y ahora laepidemia de cólera que se ha cobrado la vida de un millar depersonas en apenas un mes y sigue campando a sus anchas por elpaís y amenazando a otras 200.000 personas. Las fotografías muestrana los enfermos -aquejados de diarreas, dolores de cabeza y deshidratación-,trasladados en condiciones deplorables, lo mismo una carretillade obra, que una manta a modo de camilla, a los centros médicos,donde ni hay personal suficiente para atenderlos ni mucho menosmedicinas capaces de paliar sus sufrimientos. Perdida a estasalturas su condición de foco informativo de interés internacional-se ve que la acumulación de desastres humanos ha devaluado sucapacidad de atraer la atención de los medios y, por tanto, delos líderes y las instituciones internacionales-, Haití ha soportadoen silencio el olvido de las grandes promesas que le hizo elmundo tras el terremoto. Pero ese silencio comienza a tener sonidoy la actuación de la ONU y de su propio Gobierno son los principalesobjetivos de ese creciente griterío de descontento social. Peronada indica que haya alguien a este otro lado con interés enescuchar lo que dicen los sonidos del infierno haitiano.