LA memoria me hace el bien fallándome. Ya no recuerdo de quién es este adagio -tal vez sea mío-, como tampoco recuerdo tantas cosas que creo haber olvidado, o que creo haberlas creído, como cuando dije, o eso creo, te quiero, y tampoco sé si me contestó la destinataria algo parecido, por cortesía tan solo, o si existió sin más, o si se fue de mi lado y aún no me he dado cuenta, o cuando lloro sin saber que si lloro es por ella o porque no sé si verdaderamente lloro. Lo que sí sé y no puedo olvidar es olvidar lo que me hace el mal. Ese mal tan presente, eterno, tan político, tan humanamente nuestro; ese mal que inaugura ataúdes y cotiza en Bolsa, siembra hambrunas, esas antesalas del bostezo, cucharadas de viento entre los dientes. El mal se extiende de la mano de otros males, sus súbditos, que, nunca como hoy, lo colonizan todo; nunca como hoy nació tanto desahuciado de tanto vientre exhausto; nunca como hoy el condón fue tan religioso, tan pernicioso para la salud, tan dañino para las almas puras, sí, tan puras, tan sangrantes. ¿Por qué el hombre es tan bestial, tan dispuesto a rebanar pescuezos, al saqueo, al tumulto, a exhibir los despojos de sus semejantes como trofeos? ¿Cuánta humanidad hay detrás de hoy, cuanto tiempo traducido al trabajo, al pensamiento, a parir, a mirar las puestas de sol y esos regalos nocturnos desde las noches limpias? Aun así retrocedemos a nuestros grises destinos.

Nos gobiernan nuestros enemigos más directos, a los que en un alarde de idiotez colectiva les entregamos nuestro destino, destino que ellos se encargan de ennegrecer y saquear; y el pobre ya no cabe de gozo en sus harapos; el cartón escasea amada noche; el frío se avergüenza de ayudar al bandido que desahucia al indefenso; el trabajo cesa de repente, por decreto, para ahorrar lo que las hienas devoraron en sus festines, y se hace pobre quien educaba para educar futuros, para multiplicarlos, para comprenderlos y desarrollarlos en equidad, para que el niño no deje nunca de ser niño, para que el hombre sea hombre cogido de la mano de ese niño; pero la usura se desborda, el cliente político corrompe y especula, coayuda a incinerarlo todo, conciencias y bolsillos. Ya no recuerdo la edad que se acumula en mí ni por qué sigo habitando en ella con tantas desventajas, observando perplejo decisiones de cínicos prebostes; son los que nos han hipotecado la vida, los seres indeseables que hacen de la política un negocio personal y no un trabajo honesto que a todos favorezca. Y, ¡oh paradoja! Aquéllos que aún conservan la decencia son sólo minorías exiguas y estancadas eternamente en su base social, hombres y mujeres decentes que ven con cierto acíbar cómo la honradez no tiene sitio en un mundo donde el ladrón es envidiado y emulado. ¡Es como si estuviera prohibido ser decente!

Siento una paz inmensa cuando oigo el rebuzno de un burro, pero tiemblo cuando se reúne un gobierno o parlamento, donde deciden las porciones de miseria a distribuir a los indefensos al tiempo que se adjudican prebendas personales sonrojantes, sueldos, sobresueldos, dietas y otros abusos que ellos mismos bautizan como merecidos y legales; y este escarnio no cesa, sino que aumenta y se multiplica: es la peste de esta democracia enferma, que nació con serias taras y se desarrolla a base de supositorios, cada vez de mayor grosor. No tenemos memoria colectiva, y quien aún conserva la propia se atormenta solo, como sintiéndose culpable, y tal vez seamos culpables, pero ¿qué hacer habiendo tanto que hacer? ¿Cuántas responsabilidades hemos pedido a estos gobernantes por los despropósitos de sus obras absurdas y faraónicas? Reus, Castellón, Ciudad Real, Noáin, por nombrar algunos, son aeropuertos nuevos que no se necesitaban para nada; el de Noáin pasó de tener un mostrador a tres, pero siempre que vuelo están dos cerrados ¡hay que joderse! El de Castellón está como observatorio de aves, el de Reus cerró y el de Ciudad Real también. ¿Hay responsables? No, ni los habrá. Todo es especulación y enriquecimiento de usureros. Obras absurdas como ésas, a miles por todo el país, más el AVE -el de Cuenca-Albacete cerró por exceso de pasajeros- fueron minando nuestro futuro, y nadie vio nada, ni veían venir nada. Hoy estamos en la ruina. Enhorabuena a todos.

Miguel Fernández López