El movimiento de los indignados es una evolución muy nueva y positiva para todo el país. Una parte de los ciudadanos que parecía aletargada se ha agrupado para expresar, de forma unida, espontánea y autogestionada, su disgusto general por el sistema político, institucional, financiero y laboral en el que vivimos.

Hasta ahora la población ha sufrido y sigue sufriendo de una gestión política que ha podido actuar libremente, llevándonos a la situación que vivimos desde hace ya tres años. Para cambiar este sistema ineficaz existen dos posibilidades: bien hacer una revolución por la fuerza, civil y completa, como hemos visto en El Magreb, pero que supone la movilización de muchísima gente, y a costa de heridos y muertos, o votar.

La democracia actual, hasta que no la cambiemos, es el sistema que nos permite cambiar la tendencia si lo queremos de verdad. Muchas personas se quejan de los gobernantes, pero, si queremos otros, teniendo en cuenta que los que siempre ganan tienen en realidad suficiente gente que les vota, tenemos que ser más los que votamos a otros partidos (independientemente de la actual Ley electoral, que también merece ser reformada). Por eso, cada voto alternativo cuenta. Es primordial reflexionar bien, tomar el tiempo necesario y elegir el grupo político que corresponda a lo que deseamos, que cuadre con nuestras ideologías, visiones y prioridades.

A día de hoy, es la única salida tangible al bipartidismo imperante. Buscar la alternativa, queriéndola y haciéndola real. Necesitamos una renovación completa en nuestra mentalidad sobre cómo vivir en comunidad (sociedad, urbanismo, sanidad, educación, información, comercio, consumo, transporte, relación con entorno natural...), así como medidas valientes e innovadoras que permitan el cambio de vida y el aumento del bienestar general. La política limpia y transparente es posible. La política en beneficio del interés general también. El voto en conciencia es voto útil.