Descanse en paz Leopoldo María Panero (Madrid, 1948), después de tanto sufrimiento como su vida le prodigó. Junto a mi marido, le había visitado varias veces en el psiquiátrico de San Juan de Dios de Mondragón, donde llevaba recluido once años. Deseaba escribir un pequeño ensayo sobre la locura; me había documentado teóricamente y pensé acercarme un poco a la realidad. Por ello llegué hasta los hermanos Panero. La vida de esta familia, en principio, me había atraído casi de forma morbosa. Hace 38 años, cuando vi la película de Jaime Chavarri El desencanto, rodada en blanco y negro y protagonizada exclusivamente por los hermanos Panero y su madre Felicidad Blanc (su padre ya había fallecido), quedé impresionada. Ella "de belleza serena y decir elegante" -como escribió un crítico-, y unos hijos desperdigados que empezaban a caer en picado sin que nadie estuviera ahí para detener su caída. Michi, el hermano pequeño que vivía entonces en Madrid prácticamente solo, víctima de graves problemas irreversibles de salud a causa del alcohol. Juan Luis, el mayor, inmerso en el gran riesgo de una vida disipada y errante. Leopoldo María, que en 1968 con su primera publicación Por el Camino de Swant, entró a formar parte de la importante antología de los Novísimos, pero que ya entonces, con apenas 20 años, destacaba por su inquietante personalidad y excentricidad. Era un joven independiente, que vivía por libre, y quizá por eso nadie fue capaz de frenar su caída. Después formaría parte de manera irreversible de los poetas malditos, como cierta sociedad dio por llamarles.
La vida de Leopoldo María fue una transgresión constante. Ciertas aptitudes -según los críticos- parecían venir arrastradas desde su infancia poco diáfana, como también escribió después: "...Los dioses crueles de mi infancia". Pero lo que realmente le estigmatizó fue su amada-odiada madre. Su poema Ma Mère es lo más descarnado que se puede leer. En la dedicatoria a su madre dice: "A mi desoladora madre, con esa extrañeza mezcla de compasión y náuseas, que puede sólo experimentar quien conoce la causa, banal y sórdida, quizá, de tanto, tanto desastre". El poema que sigue a esta dedicatoria es largo, trágico, atroz.
Sobre su madre se preguntaba atormentado: "¿cómo pudo traerme a este manicomio para que me hicieran una terapia contra ciertas adicciones y luego olvidarse de recogerme...?". Nos contó muchísimas cosas porque, como decía, fueron varias las visitas que le hicimos. Llegó a considerarnos sus amigos, a pesar del escepticismo y desesperanza en el que vivía. Allí era considerado -según nos contaba- como esquizofrénico, paranoico, exalcohólico, exdrogadicto y homosexual. Él sólo reconocía su condición homosexual con la mayor naturalidad, a pesar de que esa condición -en general- aún era condenable entonces. Por todo lo que nos contó se podía deducir que, simplemente, fue víctima de una familia que sólo pensaba en el poder, la gloria y el dinero. No se puede olvidar que su afamado padre era el poeta del régimen..., y que el estatus social de la familia Panero-Blanc era muy alto. Pero Leopoldo María, que era poeta por naturaleza (a los tres años recitó su primer verso, y a los ocho ya tenía entre otros Marcelino y El río, versos llenos de belleza, ternura y bondad), pronto se convirtió en un joven culto, ayudado por su prodigiosa memoria e inteligencia. Ése podría haber seguido siendo Leopoldo María si la vida no le hubiera desolado tanto. Sus poemas cada vez fueron más desgarradores, aunque nunca dejaron de ser lúcidos -según los expertos-. "Es una de las voces más seguras, más rigurosas y más radicales de la poesía española contemporánea; su palabra poética es deslumbrante, dentro de su áurea de malditismo que nunca abandonaba. La profundidad de su poesía continúa asombrando dentro de su sordidez y su lucidez". Así escribe su editor en la solapa de una de sus obras.
Quiero destacar también que nos hablaba de sus hermanos con pena pero sin rencor. "Juan Luis nunca viene a visitarme, sigue escribiendo, tuvo mejor suerte que yo, no le encerraron y encontró una mujer que le rescató de su azarosa vida. Michi no me puede visitar porque vive en Madrid y su salud es muy precaria". Realmente era un hombre sensible que se sentía solo y siempre abandonado por su familia. Cuando visitamos a su hermano Juan Luis en un pueblo del Alto Ampurdán donde vivía, pudimos constatar que aquel distanciamiento y frialdad hacia Leopoldo María, reflejados a lo largo de la película El desencanto, no eran producto de una actuación sino sentimientos reales. Según él, Leopoldo María estaba en aquel lugar "por méritos propios...". Aunque con nosotros Juan Luis fue atento, nos alejamos de allí con la triste convicción de que nunca iría a visitar a su hermano. En aquellos encuentros, Leopoldo María recordaba también con cierta nostalgia y tristeza a sus amigos de juventud: Pere Gimferrer, Luis Antonio de Villena, Vicente Molina Foix y Ana María Moix -entre otros-. De ninguno sabía nada de forma directa; y le dolía...
Para terminar esta breve remembranza -que podría ser interminable-, deseo transcribir de su obra Poemas del manicomio de Mondragón, el siguiente: El loco mirando desde la puerta del jardín. Es de los que mejor reflejan su tragedia. Dice así:
"Hombre normal que por un momento / cruzas tu vida con la del esperpento / has de saber que no fue por matar al pelícano / sino por nada por lo que yazgo aquí entre otros sepulcros / y que a nada sino al azar y a ninguna voluntad sagrada / de demonio o de dios debo mi ruina".
No puede haber pena con más hondura ni un sentir más impotente en un poema autobiográfico. Así hablaba Leopoldo María, con calma, contundente pero sereno y resignado. Después de once años de "infierno en aquel tétrico y siniestro lugar" -como él definía siempre al manicomio de Mondragón-, y ayudado por su amigo italiano también poeta Claudio Rizzo, que cumplió al fin la promesa que un año antes le había hecho de que un día se lo llevaría a las dulces playas de Gran Canaria, huyó de allí. Poco tiempo pudo estar viviendo con su amigo Claudio. Pronto debió ser ingresado, esa vez en el manicomio de Tafira (Las Palmas).
Así era Leopoldo María Panero Blanc a pesar de su trágica vida. Y así era -como él decía- "gracias a la literatura; ella lo salvaba...". De hecho, escribió varias obras desde los diferentes psiquiátricos en los que permaneció. Seguro que ya habrá encontrado la libertad que amaba por encima de todo y su ansiada paz; dos objetivos que nunca consiguió de verdad en vida. ¡Amigo Leopoldo, siempre te recordaremos!