El fuero, para nosotros los vascos, no era exclusivamente nuestro sistema de gobierno, era fundamentalmente la auténtica expresión de nuestra libre voluntad y soberanía.

Era el substrato de esa filosofía que nos hacía sentirnos ciudadanos libres en una patria libre: pro libertate patria, gens libera state. Eso explica nuestra secular tensión como navarros por mantenernos siempre libres. Por eso, podíamos sentirnos orgullosos de que nuestras leyes surgían en virtud del acuerdo de la ciudadanía.

Nuestros fueros, es decir, nuestras leyes, eran respetadas y obedecidas porque nacían de la experiencia de los buenos usos y costumbres.

No eran leyes ad hoc, como tantos decretos y trágalas actuales, fraudulentamente engendrados a espaldas o en contra del ciudadano. Leyes que gritan un cínico cabildeo y sospechosas franquicias con la oligarquía (interior o exterior?), la Iglesia católica, monarquía, etcétera.

Hoy estamos asistiendo a una inflación legislativa, que abotarga al ciudadano, lo empobrece y le priva de los derechos más fundamentales del ser humano. En nuestros lares diríamos que nunca bajo el sol se vio tamaño contrafuero.

Contrafuero, "infracción de fueros, leyes, ordenanzas, usos, franquezas, exenciones, libertades y privilegios, hechos por el rey (gobierno), virrey, tribunales de justicia etc?".

Nos están enredando en tal maraña de leyes, que si esto no cambia, el ciudadano camina irremisiblemente hacia la esclavitud y la miseria de los siervos de la gleba.

El imperio de la ley, que con tanta desvergüenza nos predican, no solo no es de recibo, debe volverse contra ellos y enchironarles si no a todos, a casi todos. Por el desparpajo con el que introducen sus zarpas en el erario público, por su discurso fulero y trapacero, por su cochambrosa hipocresía y carencia de moral?

Nos han instalado a los ciudadanos en un ambiente irrespirable, pútrido? En un insoportable desafuero.

¿Cómo se nos puede mencionar esa sacrosanta Constitución cuando ellos se la saltan, la rompen, la torean y la parchean cuando les apetece? ¡Ni que la hubieran fabricado en el portentoso periné de Afrodita!

Por todo esto he de confesar que los padres de la patria, la nuestra y la usurpadora, no nos merecen un mínimo respeto.

No podemos procastinar (que es lo que según dicen hace el presidente Tancredo y la presidenta Barcina), es decir dar largas a todas nuestras penas y miserias? No debemos permitir los ciudadanos que nos manipulen como a marionetas? Que su poder, como sus haciendas, son nuestro sudor y nuestras cuitas?

Tienen que entender, que por muchos antidisturbios que nos lancen, la paz social sólo florecerá con la paz de los ciudadanos.