Que muera un pobre es trágico para los familiares pero que muera un rico es trágico para España. Lo fundamental en un país son sus ricos y la turba es intercambiable. Lo que da identidad, elegancia y distinción a un Estado son sus millonarios. Evidentemente, las tres frases anteriores no son mías. Las escribió -y lo que es peor, también las publicó- Salvador Sortres, en una de las columnas más infames que recuerdo. La traigo a colación para parafrasearla: yo diría que los intercambiables son los millonarios -al fin y al cabo, para amasar esos pastizales hay que hacer mucho el cabrón, sí o sí-, y que quienes de verdad dan identidad, fuerza y encanto a una sociedad son sus pobres. Ejemplo palmario: soy de la opinión de que la muerte de Marco Antonio Sanz de Acedo -Eskroto con Tijuana in blue, Gavilán con los Huajolotes- fue una inmensa pérdida para nuestra metrópoli foral. Marco se suicidó hace casi 11 años -y el otro periódico local, haciendo gala de un revanchismo ruin e inmisericorde, se saltó el protocolo habitual en estos casos para dar la noticia con todo lujo de morbosos detalles, incluido un titular que no olvidaré (ni perdonaré) en la vida-. Era puritita working class -alternaba escenarios y micrófonos con obras y excavadoras- y estaba orgulloso de serlo, alardeaba de ello, y lo hacía, además, con encanto, con descaro, y con una cultura algo basta y sobre todo muy vasta. Ayer, en Euskalerria Irratia, Gari -excantante de Hertzainak-, Ion Celestino -trompetista de Tijuana in Blue durante su última etapa-, y Jokin Larrea -dibujante autor de la mayoría de carátulas y carteles de los Huajolotes- coincidían en remarcar su condición de intelectual sui géneris. Una cabeza privilegiada, luminosa -por lo genial- pero también oscura -por su tendencia autodestructiva-, que en los 80 dejó una impronta contestataria y gamberra en radios libres como la Eguzki Irratia -con su mítico programa Inmersión en la alcantarilla- y movimientos okupa como Katakrak -“Somos un grupo de amigos, de lo más salvaje y animal...”-; que escribió inolvidables letras de punk-costumbrista con Tijuana in blue -entre otras cosas, sobre esta “capital chiquita y apañada”-, y de mejicanas con denominación de origen navarro -como “los pimientos del piquillo, qué pimientos”-. Un punki mariachi con acento de Tierra Estella, que vivió la vida cual ranchera melodramática, imbuido por el espíritu del no future. Un puto crack que decía verdades como puños, se reía hasta -y sobre todo- de su sombra, y ponía un poco de chili picante -o clarete y speed- a nuestra insípida Iruñea-Ramplona. Alguien a quien 11 años después se le sigue echando de menos. Ayer, sus amigos le hicieron un concierto homenaje en fiestas de Antsoain. Anteayer, la compañera Pili Yoldi lo homenajeó con una columna titulada Eskroto forever. Pili, ya perdonarás que haya repetido tema, pero no me negarás que el chaval se merecía dos columnas, como (muy) poco...