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Kitum: la cueva mortal

en un extinto volcán, allá donde se juntan Uganda y Kenia, existe una cueva (la cueva Kitum), que es el cobijo de un terrible y conocido enemigo: el Ébola. Son apenas doscientos metros de prolongación hacia el interior del monte. Y es que aquellos lugareños que se atrevían a entrar en ella, al volver a sus aldeas, comenzaban a sentirse muy enfermos, casi no podían mantenerse en pie. A finales de los años 80, varias personas que penetraron en la cueva se infectaron de Marburg y Ébola, que son dos filovirus bastante similares y mortíferos.

Aunque el Ébola se ha hecho conocido en la actualidad, ha estado presente en las selvas ecuatoriales de África, desde tiempos inmemoriales. Los pigmeos ya sabían de su existencia, y lo denominan Ezanga (El Devorador). Hace unos meses, un grupo de exploradores-científicos recorrieron el interior de las selvas del Congo y República Centroafricana y encontraron rastros de Ezanga en el camino. Hallaron aldeas desiertas que habían sido devastadas por él. El Ébola no había dejado supervivientes, o los que se habían salvado, abandonaron los poblados para no regresar ya nunca más. El Ébola mata tan rápidamente, que él mismo es el que limita su expansión. Los pigmeos saben que el virus mortal se halla en el interior de ciertos monos y que a través de ellos pueden infectarse, comiendo su carne o manchándose con su sangre. Por eso a ninguno de ellos se le ocurrirá tocar a los chimpancés o gorilas muertos que se encuentren por el camino. Imagínense: los cazadores furtivos matan primates enfermos de Ébola, y luego venden su carne en mercados clandestinos: la enfermedad se expande y de ese modo diezma a la población. Pero, ¿dónde se escondía el Ébola cuando los brotes desaparecían?

El virus surgía de nuevo en un lugar de la jungla, infectaba algunas aldeas y volvía a desaparecer en ocasiones durante años. ¿Dónde volvía a refugiarse? Esta pregunta se quedó sin respuesta durante más de 30 años. Para poder seguir la pista, los investigadores observaron a los primeros que eran infectados en cada nuevo brote, y descubrieron que muchos habían contraído la enfermedad en alguna cueva, mina o túnel. Así que se formaron grupos de expedicionarios y uno de ellos penetró en la cueva Kitum. Allí, apenas a diez metros de la entrada, comenzaron a notar un olor nauseabundo. El cadáver de algún animal muerto que allí se halla parece la causa de ello. Pero aquellos restos ya están desecados y por lo tanto el hedor no procede de allí. Pronto comprueban que la fetidez proviene de más adentro. El suelo está recubierto de una resbaladiza baba y maloliente. Y allí algo más adentro, descubren miles de murciélagos colgando de aquella bóveda irregular. Todos temen el impacto de las secreciones de aquellos animales, que son la causa de aquella baba viscosa y maloliente del suelo. ¡Allí se halla el refugio del Ébola! Los murciélagos lo esconden en su interior, aunque ellos no desarrollan la enfermedad. Cuando éstos animales abandonan su escondite en el crepúsculo, la jungla es salpicada con sus heces, y si están ellos infectados, el Ébola ya se halla instalado por doquier. Las hojas, los frutos y las frutas mordidas por los murciélagos se infectan también. Así pues, un murciélago defeca sobre una hoja, el gorila la come, posteriormente un cazador furtivo caza el primate, vende su carne, los lugareños la compran, la comen, y nuevamente comienza el brote.