No es de extrañar que desde la historia contada por los apóstoles hasta el día de hoy con los refugiados sirios, la historia de la Iglesia católica ha sufrido un constante cambio en su fe política, tal creo que es así, que estoy convencido que si Jesús volviera a nacer, sería crucificado por aquellos que han fetichizado su palabra.

Si asumimos la historia contada por la Iglesia como real y la reinterpretamos desde una política crítica, podremos decir que Jesucristo fue un gran revolucionario que sacrificó su vida por la defensa de los que no eran parte del sistema, filosóficamente diremos “el no ser”.

En la actualidad, diremos que aquellos que defendió Jesús entonces, hoy son las víctimas pobres de este sistema injusto, que no es capaz de salir del capitalismo avaro, ese capitalismo que prima el beneficio económico conseguido a través de la explotación oculta, consentida, por aquellos que creen que la justicia laboral está reflejada en un contrato, contrato que hace más ricos aquellos que disponen del capital heredado o conseguido anteriormente por la explotación de otros u otras.

La sociedad que consiente las injusticias, por omisión en su deber político, se conforma con lo suficiente para poder reproducir su vida individual y familiar, sin exigir a los dueños de los medios materiales (llamémosles terratenientes, señores feudales u oligarquías) que ayuden a los seres humanos que se están muriendo de frío, hambre, ahogados, asesinados a manos de sus seres queridos, etcétera.

No es suficiente rezar o pedir a Dios ayuda divina, no lo es. Quizás, en la época de aquel de Nazaret, era la fe social en un ser divino suficiente, hoy, la crítica tiene que surgir de otra clase de fe, y no es la divina, sino la fraternal, aquella que ve a los seres humanos como iguales, sin razas, ni sexo, ni fe religiosa dogmática, aquella que es capaz de defender a la hermana o el hermano víctima de los humanos-inhumanos.

Hoy, como entonces, las élites siguen condenando a los que se saltan sus leyes injustas opresoras y las revolucionarias o revolucionarios que luchan como Jesucristo por la defensa de los desprotegidos son exhibidos como el anticristo, para que nada cambie.

En el horizonte, podemos ver cómo una nueva fe va llegando, cómo un nuevo sistema legítimo va cobrando fuerza, una nueva tierra prometida, aquella, que incluso ha visto la propia Iglesia con el Papa Francisco. Es un nuevo concepto o sistema, que parte desde el oprimido, desde el no ser hacia un nuevo ser, un sistema que recobre aquel padre nuestro que rezaba literalmente: “perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”.

En definitiva, una nueva fe, que deje de crucificar a todas las heroínas y héroes.