Sí, parece que en estos momentos la situación todavía es peor. La crisis entre Irán e Israel alimenta todavía más la preocupación que tenemos con tantos conflictos enquistados como los de Ucrania, Palestina o Sudán. La inmensa trama de corrupción que ha salido a la luz y en la que ya no hay nadie que no sea sospechoso aporta desconfianza en el sistema y el desánimo de la ciudadanía, que ya no sabe lo que pensar. Es el caldo de cultivo ideal para irse de vacaciones, salir de fiesta y después “ya veremos”. Sin embargo, esta estrategia aporta vacío interior e incertidumbre ante el futuro que está por venir. Además, después de la fiesta siempre llega la resaca.

La mejor receta para evitarla es no beber. Es indudable que se puede disfrutar de la fiesta sin necesidad de probar alcohol. Ahora bien, para salirse de la rutina, compartir una buena tertulia o unas agradables risas (el humor, cada vez se va perdiendo más) parece imprescindible, y más si estamos en fiestas, un pequeño acompañamiento en forma de bebida, aperitivo o comida. Por lo tanto, es adecuado tomar unas medidas previas para que así las cosas salgan mejor. Demasiadas veces en la vida tomamos la decisión de dejarnos llevar, demasiadas veces en la vida eso tiene consecuencias que no son nada buenas. En definitiva, ¿qué podemos hacer?

Una opción original es ponerse a dieta antes de los días festivos. Todos hemos conocido personas que han decidido adelgazar después de las Navidades o en septiembre, cuando comienza la nueva temporada. ¿Por qué no hacerlo al revés? Así se coge todo con más ganas, ¿no?

Muchos alimentos, bebidas o, en el caso más extremo, drogas, cumplen lo que rompe, aparentemente, una ley fundamental de la economía: la utilidad marginal decreciente. Eso implica que, por ejemplo, si tomamos el típico pincho de tortilla cuando almorzamos un segundo pincho nos dará más felicidad pero menos que el primero. Y así sucesivamente. Hasta que paramos. No ocurre eso cuando tomamos patatas fritas, pipas o algunas copas. Puede ocurrir que a partir de un punto, queramos más. Y más. Cada copa adicional nos da más utilidad que al anterior… a corto plazo.

Este patrón se da en otros escenarios. Existen multimillonarios que nunca están saciados: siempre quieren más. La mejor crítica sería la siguiente: “yo tengo algo que ellos no van a tener en su vida: suficiente”.

Eso nos lleva al asunto que nos ocupa estos días: comisiones, obras públicas, enchufes… en definitiva, dinero, dinero y más dinero. Los diputados ganan un salario que permite tener una vida tranquila y desahogada. La retribución mensual base es de 3.126,89 euros brutos; sin embargo, las dietas y complementos permiten alcanzar cantidades que oscilan entre los 54.000 y los 100.000 euros anuales. Entonces, ¿cómo explicar la existencia de tanta corrupción durante tanto tiempo en tantos lugares?

El científico John Bargh afirma que “nuestros valores y sentimientos quedan ligados a la dirección que mejor nos ayude a lograr esos objetivos, cambiando literalmente nuestra mente en pro de esa meta”. Eso conduce a una racionalización interna que impide ver lo que para el observador externo es corrupción. Este aspecto, además, se amplifica por más razones. Uno, sensación de impunidad. “Nosotros somos los encargados de gestionar y disponer del dinero público”. Si alguien se porta mal se queda sin su puesto o su maná. Dos, “haz lo que yo digo, no lo que yo hago. Mi ideal es el bueno, el de los otros es el malo”. Eso me da una ventaja ética que, claro está, me legitima para hacer lo que quiera. Tres, dicha legitimación permite, en caso de interés, saltar líneas rojas que ya no existen. Cuatro, distancia con los ciudadanos que han pagado sus impuestos. Si soy el gestor de un pueblo pequeño, cobro comisiones y se dan cuenta de ello no voy a pasear tan tranquilo por la calle.

Las personas que están en boca de todos van a tener una resaca que a nivel social les va a durar años, años, años. Ya no hay cura posible.

En nuestro caso, evitar la resaca es disfrutar más de la fiesta y tener unas sensaciones posteriores que nos permiten revivir esos momentos con alegría de manera que así la satisfacción es doble: por el momento vivido y por el momento recordado.

Eso pasa por no salir para desahogarse; salir para pasar un buen rato. No salir para contar nuestras penas; salir para vivir otras experiencias, adquirir conocimiento nuevo y sí, escuchar las penas de las personas que más apreciamos y queremos. No salir por el qué dirán, salir porque la fiesta es complementaria del trabajo y nos aporta, a su manera, desarrollo interior.

Salir, en definitiva, para reír, aprender y celebrar la vida. Ese don que tantas veces olvidamos y es lo más importante que tenemos.

Economía de la Conducta. UNED de Tudela