la prohibición de entrar con esteladas a la final de la Copa entre Sevilla y Barcelona no solo fue un burdo ataque antidemocrático más del PP y los sectores ultraderechistas a la libertad de expresión, fue también una macabra maniobra electoralista destinada a azuzar el enfrentamiento territorial y la tensión social para desviar la atención pública de este desmadre generalizado. Como lo es también reavivar el comodín mediático de Otegi o centrar el interés informativo en Venezuela. Toda una estrategia premeditada para extender una densa cortina de humo que impida ver la realidad de mentiras y corrupción que conforman ese inmenso zambullo de mierda en que se ha convertido la política española. Que no se hable de la enésima acusación que implica a Arias Cañete en otro salchucho más. Que no se comente la falsedad de la recuperación económica que esgrime Rajoy, desmentida por los datos de una deuda galopante que ya supera el 100% del PIB español. Que no se pueda indignar aún más la sociedad con las revelaciones del caso Púnica, esa trama de corrupción del PP de Madrid -que puede implicar también a miembros del PSOE- que se embolsaba entre 3.000 y 6.000 euros por cada piso construido en diversas localidades de esa comunidad. Se trata de engañar a mansalva, a trote y moche, a carcajada abierta.
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