Lecrín, Granada. Un grupo de homínidos se reparten cual alimento a sus mujeres en forma de rifa, al mismo tiempo que fruncen el ceño por tener que compartirlas con el resto de participantes masculinos. Hasta aquí todo normal si no fuera porque esta escena corresponde a la fiesta de los Santos Inocentes de hace unos días, la cual ha sido finalmente suspendida debido a las críticas generadas.
Ésta es la innovadora propuesta que desde un partido político que presume de progresista, el mismo que no quiso prohibir el maltrato y muerte del toro en Tordesillas, recupera una tradición de antaño que no hace sino reforzar el machismo imperante sobre la mujer en la sociedad actual. Uno de tantos ejemplos dentro de nuestra sociedad que promueve y perdura indefinidamente el machismo lejos de erradicarlo. De la mano de nuestros propios gobernantes se permite y auspicia este tipo de actividades, ya sea mediante propuestas poco civilizadas, o simplemente con un silencio cómplice.
Desde la infancia nos enseñan, especialmente dentro de la educación reglada, la importancia de ser competitivos, de tener metas o proyectos de futuro personales, de ser ejemplo de emprendimiento en la sociedad y de tomar la iniciativa en todos los ámbitos de la vida. Sin embargo, es curioso que no nos posicionamos de forma clara como género masculino a la hora de tomar la iniciativa denunciando este tipo de atrocidades. Me pregunto qué podemos perder como seres humanos que somos, antes que hombres, denunciando esta situación, esta lacra que es la violencia machista injustificada sobre otro ser humano. Tal vez falta de agallas para apoyar a la mujer.
Parece que siempre tenga que ser la mujer, única víctima de tal locura, quien tenga que tomar la iniciativa para denunciar este tipo de abuso. De este modo, el hombre voluntariamente queda relegado a un rincón como mero espectador silencioso, pasivo y cómplice sobre tales atrocidades.
Las mujeres, los niños y los animales que nos acompañan son siempre las únicas víctimas de este patriarcado machista, cobarde y miserable, que si seguimos alimentando con nuestra indiferencia y falta de empatía hacia todos ellos, seguirá perpetuándose como seña de identidad de esta sociedad y como vergüenza nacional, una más, como ya viene ocurriendo con el tema de los animales, el reconocimiento y respeto de todos sus derechos, dado que toda violencia va unida, independientemente del grupo sobre el cual sea ejercida.
Pero no nos engañemos al pensar que acabando con los asesinatos de mujeres acabaremos con el problema de raíz. El desprecio o comienzo de maltrato no sólo significa lo que ya entendemos por abuso físico o psicológico. Todavía no he visto en el programa electoral de ningún partido político la menor consideración hacia las mujeres que dedicaron su vida a crear y cuidar una familia y su correspondiente pensión de viudedad, llegado el caso. Es en ese tipo de contexto donde nace realmente el maltrato.