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Mesa de Redacción

Víctor Goñi

Aburrirse o morir (o matar)

a se sabe que en toda crisis hay quien saca tajada, aflorando lo peor de la condición humana. Esos aprobetxategis de la desgracia ajena pervierten hasta la naúsea la empatía desatada por esta pandemia, que también contaminan los tolosas que todo lo saben vista la moviola de los hechos y al mismo nivel los peinaovejas aferrados a la queja por un confinamiento que se les hace insoportable. Porque no hay derecho al lamento por parte de aquellos que tienen un hogar en el que sobrellevar el enclaustramiento y que además disponen de medios para mantenerse ocupados. Y menos cuando otros conciudadanos se juegan el pescuezo para asistir a los contagiados mientras esos plañideros lloran sus frívolas penas aposentados a salvo en el sofá. Lo mismo podrían pensar en las personas infectadas y sobremanera en quienes han muerto en la soledad de una fría habitación, aislados de sus allegados, deletreando su adiós en un mensaje de WhatsApp, a menudo ante los compungidos ojos insertos en los rostros semiocultos de los profesionales que les auxiliaron hasta el final. Como podrían ponerse en los zapatos de los dolientes familiares que no pudieron despedirse de los suyos y que apenas velaron sus cadáveres. Aburrirse en casa constituye el ridículo precio a pagar para no morir y desde luego para no matar.