ranscurridos 3 meses desde el inicio de la pandemia de COVID-19, y cuando se empiezan a desentumecer alguna de las medidas impuestas por el Gobierno, es momento de realizar una valoración de lo acontecido, considerando los 3 elementos que conforman el resultado.

Por un lado las personas, la población. Es indiscutible la capacidad de contención que ha tenido; los servicios considerados esenciales han trabajado, y quienes no, han soportado el confinamiento asumiendo las razones de tal medida. Han cumplido con su obligación, incluso considerando el desastre económico que tal medida conllevaba.

La información ofertada por el Gobierno y los medios de comunicación ha cruzado el Rubicón de la intoxicación mental. La información nos hace libres, pero su exceso (infoxicación) nos embrutece, quita la libertad para pensar, amplificada por charlates y nigromantes que suponen otra plaga a combatir. Todo exceso es aburrido y aburridor, alarmista y desazonador, pero sin conseguir una reacción de histeria colectiva que nos hubiera hecho más vulnerables.

Por otro lado, los sanitarios. Considerados un servicio esencial, también han cumplido con su obligación; incluso por encima de lo exigido. En condiciones de trabajo deplorables, con escasez y reutilización permanente de material: uso de la misma mascarilla durante días, EPI ausentes, gafas que no aíslan. Ello ha conllevado una explosión de casos, especialmente en el ámbito de la atención primaria, con miles y miles de sanitarios contagiados, desamparados. En ello ha contribuido la escasez, casi racanearía en la realización de pruebas diagnósticas.

Y todo ello en un ambiente estresante, incluso de miedo; a enfermar y a transmitir la enfermedad a los allegados, agotamiento y frustración. Esta tensión la purgaremos; la cuestión es a qué precio.

Carne de cañón o héroes, hay para todos los gustos. Y no solo los sanitarios, también los sociosanitarios, trabajadores de residencias de tercera edad. Mi admiración a ellos.

La información imperfecta ha conllevado la proliferación de protocolos de actuación bienintencionados, convirtiendo el previo en más viejo que un periódico de víspera. Agotador

La tercera pata, el Gobierno. Cierto que nadie podía prever el desarrollo de la pandemia, si nos iba a afectar y en qué medida, a pesar de que algún país nos servía de guía. La explosión de casos a miles y los muertos a cientos coincide con una escasez manifiesta de material de protección, además de una incapacidad para abastecerse del mismo. Pareciera que el Gobierno actuaba de manera reactiva e incluso arreactiva. No han cuidado a los cuidadores, es de primero de la ESO.

El Gobierno no fue negligente, pero pecó de exceso de confianza. Se acusa a China de no dar toda la información y, además, darla con retraso. Pero en España la información se gestiona incluso peor; miles de muertes sin explicar, algo fácil de cuantificar. Incluso la contabilidad entre autonomías es muy diferente entre ellas. La solidaridad y altruismo entre comunidades autónomas se ha limitado al plano retórico, declaración de intenciones.

Dudan si las mascarillas deben ser de uso obligatorio, pero continúan escaseando, además de ser, con frecuencia, defectuosas. La duda es buena compañera de viaje, siempre que no evite ir en la dirección correcta.

Pero la gestión del uso de pruebas diagnósticas supone el paradigma de la insensatez. Se trabaja sin saber si se está sano o infectado, y ello es fundamental para garantizar ausencia de riesgos, tanto para profesionales como a pacientes; y no obstante ello, se ha iniciado la desescalada sin conocer cuál es la incidencia real de casos. Necesitamos un macroscopio con datos fiables de la situación epidemiológica. La mejor manera de minimizar un problema es no cuantificarlo. Planificar con (pocos) datos es socarronería. Se hará: en las próximas semanas.

Es complejo saber porqué este país, con un sistema sanitario público considerado modelo a imitar y con unos sanitarios que gozan del favor y reconocimiento internacional en cuanto a formación y desempeño laboral, mantengan unas cifras de contagio y de fallecimientos entre los primeros del mundo. Quizás ha habido tardanza en la planificación de las medidas de cuarentena, pero fundamentalmente porque el Gobierno tiene 2 cabezas que funcionan de manera autónoma, incluso a contracorriente la una de la otra. Complementado porque sus socios, bien de manera activa o pasiva, han puesto piedras en las ruedas, quitando energía en la gestión; la idea de modificar el estado de alarma no es tanto por la situación sanitaria o económica, sino para recuperar tristes competencias. Y, por supuesto, la oposición, que ha marcado territorio sin tenerlo. El sinsentido debiera tener menos sentido; puro desencanto hacia la clase política.

Entre todos han actuado como pollo sin cabeza. Miremos a nuestro alrededor y no busquemos culpables pero s responsables. Si alguien asimila el vamos a ser mejores después de esta catástrofe a una humanización de la política, está errado.

En el plano político, la desescalada que se prevé próxima va a suponer la supremacía de la desigualdad e inequidad en nuestro territorio. Pero lo realmente preocupante, si la ciencia no lo soluciona, es la segunda o siguientes epidemias. El pesimismo está al alcance de la mano mientras no se realice la catarsis de premiar con fondos la investigación.

En la lucha final entre la ignorancia y el conocimiento, como siempre, prevalece el conocimiento, aun cuando el coste ha sido inmenso.

El autor es médico del Servicio Navarro de Salud

La información ofertada por el Gobierno y los medios de comunicación ha cruzado el Rubicón de la intoxicación mental

En el plano político, la desescalada que se prevé próxima va a suponer la supremacía de la desigualdad e inequidad en nuestro territorio