no de los efectos derivados de esta pandemia, que consigue estemos modificando nuestros modos de interrelación, es el derivado del gran ensayo encubierto que contra viento y marea trata de conciliar el pulso de la sociedad desde el obligado, hasta cierto punto onanista, confinamiento con esa hedónica sociedad del consumo en su más variada manifestación que hasta el día de hoy ha exigido un masificado esfuerzo movilizador. Escribe el antropólogo Roger Bartra que "la naturaleza ha creado algo tan extraordinariamente antinatural como la cultura, ese conjunto de artificios y artefactos que definen a los humanos". Y en este sentido no estaría de más añadir que la cultura en la que nos desenvolvemos manifiesta un exceso a todas luces insostenible para el ser sufriente que en algún momento de la vida nos pertenece enteramente en su experimentación.

Sentimos el consumo interno como un agotamiento de nuestra energía y, al parecer, nos encontramos empecinados en que dicha experiencia sea trasladada al seno materno, fecundador, de nuestra especie: la Madre Tierra. En ello converge no sólo una peregrina voluntad de que así sea, sino la intención generada por un modo de entender y conocer el entorno que nos rodea actuando sobre el mismo bajo el prisma de un utilitarismo ramplón sin conciencia.

Esta intencionalidad es contemplada por la filosofía como la tendencia a un fin. Matizando ser un concepto especialmente querido por la fenomenología husserliana, inspirada en Brentano, relacionado estrechamente con el objeto pudiendo ser este último bien real o ideal. Tomado de la tradición escolástica, este concepto no puede eludir el acto sobre el objeto que da a luz la conciencia. Y, debido ello, tampoco eludir una valoración de carácter ético.

Markus Gabriel, en su propuesta de una nueva corriente filosófica denominada por él mismo como neoexistencialismo, defiende el enfoque intencional cuando afirma: "La mente humana surge de la postura de enfoque intencional, pero este enfoque intencional no es ninguna ilusión, ni delirio, es parte de la realidad". Procediendo seguidamente a realizar la siguiente declaración de principios: "El neoexistencialista diagnostica cualquier filosofía de la mente reduccionista o eliminativista como un caso grave de delirio existencial. Un delirio existencial es cualquier descripción del ser humano que rechace el hecho de que el conjunto de facultades mentales que generamos al pensar en nosotros mismos de determinada manera no es una clase natural. Hay varias formas de naturalizarse a uno mismo en un delirio de este tipo; el abanico de delirios, o engaños, es muy amplio, desde el materialismo desenfrenado hasta el espiritualismo religioso".

La ideología cientificista practica metodológicamente el primero de ellos inspirándose a continuación en el segundo para una reformulación dogmática de sus logros y conclusiones. Su trasunto espiritual no difiere en exceso de la antigua ortodoxia salvo por una mayor flexibilidad a la hora de adoptar la renovación de algunos de sus principios en el interior de la pragmática consensuada por el conglomerado institucional que le representa necesitado de todo el apoyo político y económico que pueda acarrear. Sea como fuere la práctica de los últimos no deja lugar a dudas sobre una manifiesta e imperativa intencionalidad aunque ésta, filosóficamente contemplada, no tenga un efecto físico sino mental puesto que da lugar, entre otras cosas, a creer y desear.

La creencia, por poner un ejemplo, de que la ciencia solucionará el problema coronavírico, y el deseo de que lo haga lo antes posible, recaba múltiples apoyos entre la ciudadanía. Y ojalá sea así. Pero la posibilidad de que nuestro mundo se transforme por un accidente de la naturaleza, obligándonos a cambiar de escenario, siempre ha pendido de nuestras cabezas al modo de la conocida espada de Damocles. Así, al menos, es contemplado por Bartra cuando, comentado un pensamiento de Lyotard en el que especulaba con el modo de supervivencia de nuestro pensamiento tras una eventualidad como pudiera ser la de un cataclismo solar, el antropólogo dictamina que no es necesario esperar al mismo, puesto que "la necesidad de desprendernos del cuerpo" bien pudiera darse "si, por ejemplo, ocurriese una maligna mutación de un virus que obligase a los humanos a mudar su pensamiento del soporte biológico que lo ha albergado desde los orígenes".

La necesidad de este obligado cambio de soporte da como resultado a corto plazo el estudio de lo que denominamos como inteligencia artificial. Algo que creemos novedoso, aunque siempre haya estado con nosotros bajo la formulación del término cultura. Aunque si bien nuestro antropólogo, para dar rienda suelta a la ficcional especulación llevada a cabo en su obra Chamanes y robots, habrá de realizar la siguiente matización: "Yo parto de la idea de que la conciencia es un fenómeno híbrido singular propio de los humanos. Con más precisión, diría que se trata de la autoconciencia. Es la unión de dos esferas, la cerebral y la cultural, cada una de las cuales responde a leyes diferentes y cuya influencia es todavía un fenómeno no bien explicado". Conciencia con la que, no obstante, deberemos contar si queremos, nuevamente, superar esta crisis bio y política.

El autor es escritor

Sentimos el consumo interno como un agotamiento de nuestra energía y, al parecer, nos encontramos empecinados en que dicha experiencia sea trasladada a la Madre Tierra

La creencia, por poner un ejemplo, de que la ciencia solucionará el problema coronavírico, y el deseo de que lo haga

lo antes posible, recaba múltiples apoyos entre la ciudadanía