Chupinazos y repique general de campanas. Con esa escandalera empiezan desde el siglo pasado las Fiestas de San Fermín. Cívicas y religiosas. El primer cohete singular lo implantó, con permiso municipal, Juanito Etxepare, estanquero en la calle Mayor, en el republicano año de 1931. Diez años después, en plena dictadura franquista, ese gesto inaugural ascendió al balcón de la Casa Consistorial por iniciativa del concejal Joaquín Ilundáin y del periodista Pérez Salazar. Dos momentos históricos, dos ideologías políticas. Hasta 1978, la mecha correspondía al concejal encargado de la elaboración del programa de fiestas. Así que varios ediles repitieron ese honor, que carecía de la notoriedad posterior.
En 1964, una excepción, se puso la mecha en manos de Manuel Fraga Iribarne, entonces ministro de Información y Turismo. A partir de 1979, año emblemático por tratarse de la primera Corporación tras la reinstauración democrática y tras la suspensión de las fiestas por los graves sucesos del 8 de julio de 1978, se adoptó la fórmula rotatoria de mayor a menor entre los grupos políticos municipales. El alcalde Balduz declinó su opción. El chupinazo del cincuentenario (1991) fue compartido por el alcalde Jaime (UPN) y los apellidos promotores de su lanzamiento desde el Ayuntamiento. El advenimiento a la alcaldía de Yolanda Barcina (UPN) practicó la exclusión sistemática del turno de la izquierda abertzale mediante la fórmula de la invitación-homenaje. La llegada de EH Bildu a la vara de mando supuso otra novedad: votación popular.
Después de la pandemia y con el cambio de alcaldía, Maya (UPN/Na+) volvió a los invitados como con el último se ha vuelto a la consulta ciudadana. En mi opinión, la designación directa como homenaje y la fricción entre candidatos locales con distintos apoyos no es saludable para la armonía ciudadana. Ya se canceló antaño la distinción del pañuelo de honor de San Fermín. La fórmula del 79 me parece más inocua.