icen los expertos que nos hemos vuelto más huraños, solitarios y caseros por culpa de la covid. Y es cierto que, salvando el verano donde el sol todo lo vence, en este otoño-invierno nos vamos alejando silenciosamente (más en algunos tramos de edad) de nuestros amigos, familiares y de todo un entorno social que cada vez más se va asimilando al laboral. Según un estudio de la Universidad de Valencia, el 43% queda con menos gente y un 36% no ha vuelto a pisar un bar. Aquí pese a la llegada del frío la reapertura de las terrazas nos ha vuelto a dar un cierto respiro. Del norte sí pero con mucho apego a la familia y a las cuadrillas. No hay más que ver las imágenes del mismo jueves o de ayer viernes, desde que se desprecintaron las sillas y mesas de bares y cafeterías un café o una cerveza compartida saben a gloria. Sobre todo para quienes no se olvidan de ponerse y quitarse la mascarilla con destreza, sin pereza, yo diría que incluso con estilo. De veras que no soporto a la gente zafia que la lleva colgando debajo de la nariz y parece no darse cuenta. También las luces de Navidad (digan lo que digan a mí me dan mucha alegría) o los preparativos de la feria en la Plaza de Toros nos depuran y mucho psicológicamente de las largas noches de pandemia para recibir con otra ilusión la llegada de la Navidad. Y, sí, mejor nos vemos en las calles que, en casa, es difícil ventilar.