ice el refranero popular que más vale tarde que nunca. Creo que sirve para valorar la aprobación de una legislación que regule el derecho a una muerte digna. La Ley de la Eutanasia avanza en su tramitación parlamentaria en el Congreso con el apoyo de una amplia mayoría política y podría estar vigente en los primeros meses de 2021. La norma despenaliza la ayuda médica para morir y detalla quién, cuándo y con qué requisitos podrá prestarse. Es un debate sobre libertades y derechos, pero también sobre sus limitaciones y deberes. Un avance democrático más. Un paso fundamental para garantizar la calidad de la vida. Una ley garantista además. Y sorprende cómo sectores políticos y religiosos que han hecho de la cultura de la muerte, ya sea militar, ideológica o moral, una fuente inagotable de acciones y discursos se opongan con tanta furia verbal como demagogia y palabrerías vacías a este avance humanista. Que las derechas y los restos del nacionalcatolicismo católico más reaccionario, protagonistas activos y entusiastas -y aún hoy nostálgicos del mismo-, de uno de los genocidios más brutales de la historia reciente abanderen esa convulsa oposición es tan contradictorio como simplemente inútil. La sociedad viaja ya en otro tren en este tema. Según las previsiones, la nueva ley entrará en vigor tres meses después de publicarse en el Boletín Oficial del Estado y, entonces, aquellas personas mayores de edad que padezcan una enfermedad grave e incurable o un padecimiento grave, crónico e imposibilitante que cause "un sufrimiento físico o psíquico intolerable" sin posibilidad de curación o mejoría podrán solicitar ayuda médica para morir, prestación que se incluirá en el sistema público de salud, Osasunbidea en el caso de Navarra. Es un gran triunfo de la constancia de aquellas familias que han abanderado contra viento y marea -riesgo de cárcel y acoso mediático incluidos-, la lucha por otorgar un final de vida digno y sin dolor y sufrimiento a sus allegados sometidos a graves padecimientos, en muchos casos durante largos años, y de conformidad con ellos. Una postura de valentía y humanidad. La contraria a la de quienes representan el egoísmo más vergonzante, aquellos que siempre se sitúan como jueces superiores, con sus supuestos valores absolutos, sobre cualquier otra persona. Escribí sobre esto mismo. Quizá la ciencia no tenga límites, pero el retraso en el envejecimiento origina interrogantes sociales y económicos. Interesa vivir y vivir mucho, pero también vivir sanos y en condiciones positivas de convivencia y sociabilidad, y eso exige compromisos con los derechos de ciudadanía y recursos públicos para atenderlos. Los fármacos alargan la vida, pero se trata de vivir estando vivos, no de estar vivos sin vivir la vida. Y en ese espacio es ineludible abordar desde la política una avance legislativo que garantice a las personas el derecho a una muerte digna. ¿Para cuándo una ley que invista de dignidad la determinación de dejar de vivir, la decisión individual de quien decide no seguir viviendo en unas circunstancias inhumanas? La política ya llega tarde a esta demanda social. Una vida digna exige también una muerte digna. Lo demás es pasado y viejo. Sigo pensando lo mismo que entonces, solo que ahora se ve al final una salida digna al final de ese largo, duro y oscuro túnel del sufrimiento innecesario. Otro paso hacia una sociedad más solidaria, ética, justa y humanista.