Claudia, que había llegado de Guatemala hace tres años con la muerte en los talones, de pronto le dijeron que era una trabajadora esencial. Y se preguntó qué era eso de ser esencial cuando ella venía de un país sepultado por 60.000 homicidios en la última década. Ella que siempre había sobrado, incluso en su propia familia, que había vivido en el infierno con la mayor indiferencia y que hoy acumulaba más de veinte contratos como cajera en un súper.

Claudia trabajó durante el confinamiento diez horas diarias que dividía entre su puesto de cajera, como reponedora y tareas de limpieza. Una locura de días que vivía como un lento viaje hacia la noche. En mayo de 2020 se contagió y tuvo que confinarse un mes junto a su hijo en la habitación en que vivía y en la que apenas cabían sus sueños que peleaban con sus dolores de espalda. Estuvo en el paro cuatro meses, hasta septiembre. El otro día firmó un nuevo contrato de la mano de una ETT que disparaba a traición. Fue contenta a trabajar. Se había tatuado un tweet de Rosalía: "Si eres real, las cosas vienen hacia ti". Y sí, su primer día coincidió con una llamada extraña. Le llamaron para decirle que era una trabajadora esencial y que iban a premiarla. No entendía. Ella, un sparring de la vida. Y con su marcado acento de Jutiapa me dijo que llamar héroes a quienes trabajan contra viento y marea es como decirles "que Dios se lo pague" . Porque a un héroe no se le deben atrasos, no se le recorta el sueldo y no se le manda al paro cada dos por tres. Eso me dijo. Pero estaba muy agradecida por ese premio. Me preguntó si conocía al periodista colombiano Andrés Felipe Solano. No, le dije. Sacó una libreta y leyó esta frase suya: "Poco a poco tendré que ir saqueando mi propia vida para ofrecerla al mejor postor". Siempre me la aplico, dijo. Por cierto, lean el informe Esenciales de Intermon Oxfam.