Por este mundo, en el que a veces solo parecen contar las malas noticias, transitan seres de a pie que consiguen marcar la diferencia en las vidas de aquellos que tienen la fortuna de conocerlos; personas cuyos nombres quedan irremediablemente impresos sobre una sonrisa de gratitud en los corazones que ya no las olvidarán. María Dolores Nuin, profesora de Carmelitas durante muchas promociones, y que siempre será para nosotras Lolita, fue una de esas personas. Apareció en nuestra aula allá por el año 78, como una pincelada de color en medio de la seriedad de la enseñanza tradicional y de los hábitos negros de las monjas. Con su mirada cálida y su espíritu alegre e innovador se ganó inmediatamente un lugar predilecto entre nosotras transmitiéndonos su pasión por las Letras y por la vida. Supo ver más allá de los estándares de la enseñanza y nos brindó su profundo respeto por nuestra individualidad y nuestros sueños. Y arropando nuestros dilemas de jovencitas en la edad del pavo, nos mostró que éramos importantes y valiosas. Fue una de esas docentes lúcidas y pioneras que, a golpe de vocación, intuición y bondad, transformaron la enseñanza en auténtica pedagogía. Así tocó nuestras vidas con rigor, con amor, y con humor. No se puede pedir más.Si los que ahora transitamos este mundo dejáramos una estela tan hermosa como la que nos ha dejado ella, ¡qué realidad tan distinta recibirían de nuestras manos las generaciones que vendrán! Lolita se ha ido, pero no lo hace con las manos vacías; se ha llevado con ella nuestro más profundo agradecimiento.