on todo el lío que se ha montado con las vacunas ya no sabemos a qué atenernos. Primero dijeron que había que vacunar a los sanitarios de primera línea. Lógico, pues si los sanitarios enferman, ¿quién nos sanará? Es como dice el Evangelio: "si la sal se vuelve insípida, ¿quién la salará?".

Después se siguió la vacunación con los usuarios y trabajadores de las residencias de mayores, que es donde más se cebó la pandemia. Pero luego se empezó a dispersar el criterio y se consideró priorizar a los policías, los bomberos, los sanitarios de segunda línea, los...

Como muy bien lo expresó el periodista Nagore en una de sus crónicas, lo que parece más lógico es que, una vez protegidos los sanitarios que están en primera línea de riesgo y los de residencias, se siga por las personas de más riesgo, y esto, con los datos que se manejan, no son otros que las personas de más edad. Completar la vacunación de los de 90, de los de 80, de los de 70, etcétera.

Ha llegado el problema de las farmacéuticas con sus distintas fórmulas, incluidos incumplimientos de contratos de suministro, que han liado más el asunto, pues con la de Astra-Zeneca solo se puede vacunar a los menores de 65. La Faifer (que por fin, gracias a la pandemia, hemos descubierto que Pfizer se pronuncia así), la Moderna, la Jhonson... están llegando en cantidades menores a lo esperado, por lo que la franja de 65 a 69 vamos a quedar desprotegidos de momento y mucho me temo que seguiremos así hasta que lleguemos a cumplir los 70... Pero no es solo el lío de las vacunas, es que en función de lo que informan los expertos se está abriendo y cerrando la hostelería acorde con la evolución de la pandemia y esto no es serio. Después de más de un año de pandemia ya no puede ser que los expertos sigan diciendo lo mismo que al principio. Hay mucha más información y las recetas parecen ser las mismas. Igual hay que cambiar de expertos...

La autopista no se cierra porque un diez por ciento de los usuarios circulan por encima del límite de velocidad y en consecuencia se le debería cargar los costes a Audenasa. Lo que se hace es poner controles y multar a los que infringen las normas, como a los del resto de usuarios de carreteras. Que por cierto causan muchos muertos al año. Se han implementado unas normas de uso en tabernas, bares, restaurantes y hostelería en general, que bien es cierto que en muchos casos no se cumplen. Hay mucha gente que piensa que la mascarilla protege de las anginas y la llevan puesta por debajo del mentón mientras beben, comen o simplemente leen el periódico.

En Navarra tenemos un porcentaje superior a cualquier comunidad de Europa en cuanto a número de policías por cada mil habitantes (tenemos Municipales, Forales, Policía Nacional, Guardia Civil, guardas jurados...). ¿Por qué no se dedica una buena parte de esos efectivos a controlar de forma exhaustiva el buen uso de mascarillas, distancias y aforos en todos los locales públicos incluida hostelería...? Hemos estado en locales en donde vas a sentarte y te dicen que esperes a que desinfecten porque otros usuarios han utilizado antes la mesa donde te vas a sentar, donde te solicitan el uso de la mascarilla y se cumplen las normas establecidas. También hemos visto lo contrario, en donde lo único que interesa es servir y cobrar al cliente, aunque al final, el camarero puede que no sea el más adecuado para imponer el orden. Debería estar respaldado por los agentes de la autoridad y a decir verdad no se nota demasiado su presencia.

No he visto que los distintos cuerpos del orden hagan un seguimiento eficaz en este caso, sin duda porque no se les ha encomendado. ¿Por qué antes de cerrar los establecimientos no se hace un seguimiento de los que cumplen las normas o de los que no lo hacen y se hace una sanción o cierre selectivo contra los infractores, sean locales o usuarios particulares?

Mucha gente habíamos comprometido con diversos establecimientos de hostelería para comer en estas fechas. Por supuesto guardando aforos, distancias y demás normas establecidas. De repente, de un plumazo la autoridad competente decide que ya no podemos salir a comer a un restaurante, salvo que lo hagamos en la calle, en unas fechas en las que nos anuncian lluvias y bajas temperaturas. Que la pandemia existe es indudable. Que hay que tomar medidas, por supuesto, pero que no nos vaya a pasar como en aquella escuela de un pueblo de Navarra, en tiempos pretéritos, que mejor no vuelvan, donde ocurrió que el maestro estaba escribiendo en la pizarra, de espaldas a sus cuarenta y pico alumnos y uno de ellos le tiró una tiza, que le provocó una gran herida, en su amor propio. Se volvió y preguntó a la concurrencia a ver quién había sido. Nadie respondió, por lo que, armado de valor, se remangó la manga (valga la redundancia) de la camisa y propició a cada uno de los presentes una txapada en el colodrillo, empleando toda su fuerza, hasta quedar su mano dolorida. Una vez terminado el castigo, subió orgulloso al estrado y se dirigió a sus alumnos en estos términos: "no he conseguido saber quién ha sido el agresor, pero el que lo ha hecho ha recibido el justo castigo".