n Los Caídos: ha llegado la hora de avanzar, artículo del 18 de julio en respuesta a otro anterior de Emilio Silva, José Mª Muruzábal sostiene que “el monumento a los Caídos es solo un edificio, un edificio que necesita una total resignificación y remodelación. Los edificios cambian de uso y de significación”. Nuestra pregunta es que si es “solo un edificio”, así, sin más precisiones, ¿por qué habría de necesitar una resignificación?

Porque, efectivamente, hay edificios en Europa, y también entre nosotros, que han cambiado de uso. La Tate Gallery de Londres fue una antigua fábrica. Aquí, algunas iglesias desacralizadas se han reutilizado como librerías, salas de conciertos, etcétera. Y no han necesitado ninguna resignificación. Parece que para él reutilización y resignificación son la misma cosa. Si el de los Caídos necesita una resignificación es porque tiene una previa significación que no parece sostenible hoy en día. Un pasado vergonzoso que se intenta borrar y ocultar. Lo que ahora propone el señor Muruzábal es del mismo tenor de lo que ya había ensayado, en su momento, la alcaldesa, señora Barcina, mediante el sencillo expediente de tapar el letrero del frontispicio en que se proclamaba el homenaje a los Caídos en la Cruzada, para rotularlo como Sala de exposiciones Conde de Rodezno. Que ya es atrevimiento y despropósito el de meter en el gallinero democrático al zorro depredador del que fue el ministro de Justicia del primer gobierno de Franco.

No vamos a entrar en consideraciones de qué conllevaría una resignificación, ni en qué condiciones se podría llevar a cabo. Lo que sí está claro es que lo que pretende el señor Muruzábal y su plataforma ciudadana es una simple reutilización para usos culturales, artísticos, y de ocio, probablemente.

El autor del artículo es consciente de que es un monumento erigido en homenaje a los Caídos en la Cruzada emprendida por los militares, tradicionalistas y falangistas sublevados contra el legítimo gobierno de la II República. Que fue patrocinado y llevado a cabo por los gerifaltes navarros del momento a costa de todos los navarros. También debe constarle a un experto en temas culturales de Navarra que ese homenaje tiene su reverso en la cruenta matanza de inocentes, hasta más de 3.000 víctimas aquí en Navarra siguiendo los propósitos y planes de limpieza política de quienes se sublevaron contra el legítimo gobierno de la II República. No tiene más remedio, por tanto, que hacerse eco de ellas, aunque no de buena gana, aunque hubiera preferido evitar la incomodidad de tal reconocimiento. Esa falta de empatía real, forzada, hueca e impostada se manifiesta en el deliberado esfuerzo por no establecer una clara conexión entre víctimas y victimarios. Es más, echa mano del recurso elaborado por la historiografía franquista de la guerra fratricida como un desastre del que todos fueron víctimas corresponsables del mismo, para plantear que “por supuesto que es de absoluta justicia recordar a todas las víctimas de aquella barbarie”. Pero sorteando la alusión de Emilio Silva a que el “monumento funcionó para ocultar los miles de crímenes cometidos en Navarra”, el del señor Muruzábal es un recuerdo inane, pues la única justicia que plantea para las víctimas es con un cínico “Todo eso, señor Silva, es el pasado”, que es todo el ejercicio de la justicia y reparación que se le ocurre para con esas víctimas, por contraposición que reclamamos las organizaciones memorialistas. Para él, nuestras exigencias no son más que guerracivilismo revanchista, no un derecho exigible en pura justicia ¿Cuándo han perdido las víctimas y sus familiares ese derecho a exigir que se sienten ante los tribunales quienes perpetraron su asesinato? ¿Cuándo la exigencia de justicia se ha transformado en equivalente a mera revancha? ¿Se atrevería el señor Muruzábal a plantear a los familiares de las víctimas de ETA que desistan de cualquier acción legal; que consideren las muertes de sus deudos como simple pasado; que se limiten a mantenerlos en su recuerdo?

No se ahorra el autor del artículo la manida alusión de la derecha a “los intentos que estamos viendo en los últimos años” de cambiar la historia. Suponemos que se refiere a los de los partidarios de la memoria histórica, a quienes nos incluye, al parecer, en la nómina de peligrosos extremistas dispuestos a vociferar y montar manifestaciones. En un claro intento de descalificación de las organizaciones que proclaman su exigencia de justicia para las víctimas del terror fascista, introduce una distingo entre memorias cuando aboga por “la Memoria con mayúsculas”, la de verdad, que debe ser la suya claro, que esa sí que debe ser respetuosa con la historia, contraponiéndola implícitamente a la que propugnamos gentes de nuestra ralea, puros revanchistas. Quizá debería aclarar qué quiere decir con lo de los intentos de cambiar la historia. Porque lo que es evidente es que él sí que tergiversa y mixtifica la historia de lo realmente ocurrido en Navarra cuando oculta que hubo víctimas porque hubo victimarios a quienes elude intencionadamente mencionar. Habrá que recordarle, aunque tiene motivos para saberlo, que esas víctimas fueron asesinadas alevosamente, en una provincia donde no hubo frente de guerra; que no murieron porque dispararan contra sus asesinos; que sus familiares fueron vejados física y moralmente y sus bienes expoliados. Todas esas menudencias deben parecerle al articulista insustanciales. Así que sería interesante que explicara el señor Muruzábal qué significa, aquí, en Navarra, el sintagma “todas las víctimas” que sin duda remite la mixtificación la derecha de que sublevados contra y defensores de la legalidad republicana, que víctimas y victimarios, en definitiva, fueron corresponsables.

Si a lo que se refiere es a que también el bando republicano causó víctimas, argumento que no tardan en esgrimir, asumimos las investigaciones llevadas a cabo por historiadores de probada profesionalidad. Pero sí es obligado recordar que el trato que recibieron las víctimas de uno y otro bando fueron muy diferentes. Las unas, reconocidas, homenajeadas, llevadas a los altares, expuestas en listas a las entradas de las iglesias para recordarlas permanentemente y recordar a los fieles la maldad de los republicanos (da igual que no hubieran tenido las manos manchadas en sangre) que bien merecido tenían los castigos y penalidades que les imponía el régimen implantado por los sublevados. Y, finalmente, los familiares de sus Caídos, recompensados con prebendas. Las otras víctimas, vilipendiadas, asesinadas y ocultadas (aquí no se fusila a nadie, decía algún general), relegadas al olvido, y sus familiares vejados, expoliados, amenazados y sometidos al terror de una vigilancia permanente y, finalmente, excluidos de la justicia por el franquismo y también por la democracia.

Los partidarios de la memoria histórica no queremos cambiar la historia, reconocemos plenamente la labor de los historiadores que no son meros propaladores de las viejas tesis de la historiografía franquista actualizada, asumidas, por cierto, por políticos de la derecha que finalmente han acabado, como hemos visto últimamente, por echar la culpa de la guerra civil al gobierno republicano, muy en línea con su vieja práctica de la justicia al revés. Habrá que repetirlo una vez más, nosotros, los de la memoria histórica, no queremos cambiar la historia, solo queremos que se haga justicia con las víctimas, que no venganza.

Todo esto se va implícito en ese edificio que a toda costa quieren salvar los de la mentada plataforma ciudadana. Un edificio que desde el final de la avenida Carlos III dominaba toda la Pamplona de la época, exhibiendo prepotente, estilo imperio, el homenaje a los Caídos por Dios y por España, y extendiendo un manto de temor y humillación a quienes habían padecido y padecían el rigor de la dictadura franquista propiciada por militares, monárquicos, carlistas y falangistas. Esa presencia sigue imponiéndose a nuestra vista.

El edificio no vale nada artísticamente, a pesar de quienes se empeñan en loarlo con intenciones ocultas. Exhiben su condición de bien patrimonial legalmente reconocido. Quienes promovieron tal reconocimiento, más que por su valor intrínseco, lo hicieron probablemente en previsión de la posibilidad de actuaciones futuras que lo pusieran en cuestión. Arquitectónicamente no sirve más que para lo que fue concebido, como mausoleo. Espacio vacío, culminado por una cúpula decorada con pinturas donde se muestra la historia como cruzada contras los infieles de ayer y de hoy, el hoy de la guerra ganada el 39. La milonga de que supone para la ciudad una oportunidad como infraestructura cultural es realmente difícil de creer por nadie, salvo por quienes su único interés es conservarlo a toda costa, sea como sea. Qué pensarían los de la plataforma pamplonesa si los de alguna plataforma similar en Roma les dijesen a los ciudadanos que el Panteón de Agripa supone una gran oportunidad para la ciudad, que el edificio puede transformarse en un espacio de oficinas, bares, instalaciones de ocio... Ridículo, ¿verdad? En cualquier caso, el de los Caídos es un espacio difícilmente reformable.

Por si fuera poco, a la función ignominiosa para la que fue concebido se añade el tapón que supone para el desarrollo urbanístico armonioso de la ciudad en su zona sur.

Los miembros de organizaciones de memoria histórica que abogamos porque ese edificio desaparezca no estamos poseídos de una especie de ciego furor destructivo. Simplemente nos animan unos deseos de que dejen de contravenirse de forma tan flagrante derechos humanos tan fundamentales como el de que se haga un poco de justicia, siquiera simbólica, con unas víctimas tan injustamente tratadas. Deseos que, evidentemente, ni el señor Muruzábal ni los de su plataforma ciudadana comparten.

Esa falta de empatía real, forzada, hueca e impostada se manifiesta

en el deliberado esfuerzo por no establecer una clara conexión entre víctimas y victimarios

Habrá que repetirlo una vez más, nosotros, los de la memoria histórica, no queremos cambiar la historia, solo queremos que se haga justicia con las víctimas, que no venganza