abido es que la actualidad es una moda pasajera que va arrumbando temas, uno detrás de otro independientemente de su importancia, sin dejar otras consecuencias que una cierta mala conciencia y una sensación de impotencia para cambiar las cosas que, a la vista está, funcionan mal.

Lo del precio de la luz, sino fuese por las graves consecuencias para miles de ciudadanos y la repercusión en el cambio climático de todo lo que rodea a la producción de la energía, no dejaría de ser una consecuencia del viejo capitalismo. Secuela natural de tolerar que, servicios hoy ya básicos, sean parte de negocio de intereses particulares y la consiguiente consecución de beneficios. Lo mismo que pasa con el acceso a la vivienda y otras necesidades elementales que igual deberían plantear no sólo un tratamiento fiscal favorable, sino un precio intervenido como, por ejemplo, el pan o la asistencia sanitaria o educativa.

Porque lo del cambio climático exige un cambio sustancial si queremos preservar el futuro: ya no estamos en el momento de exigir que el “que contamina paga” sino el de, sencillamente, prohibir las actividades que contaminan. Y no vale ya hablar y menos aplicar lo del “coste por las emisiones de CO2” que son las que se apuntan para explicar el crecimiento desmedido de la factura de la luz.

Lo de Afganistán es otro ejemplo de despropósito de la política clásica impulsada, en general, por las derechas y planteamientos conservadores (algunos de regímenes en teoría izquierdistas), que siguen confiando en la gestión de la fuerza como método de ordenación de las sociedades y aún de la “implantación” de democracias.

Si después de 20 años de intervención militar de los países del llamado primer mundo, no se les cae la cara de vergüenza a sus promotores (que muchas veces aún siguen dando lecciones de cómo hay que hacer las cosas) a la vista de los resultados, es que no hemos aprendido nada si les seguimos haciendo caso en vez de mandarlos al rincón proscrito de la historia.

Deberíamos impulsar un principio de únicamente reconocer, colaborar y considerar interlocutores en todos los órdenes (comercio, tratados, etcétera) a los países que tengan los contenidos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos como derecho positivo en su ordenamiento jurídico. Porque hoy en día es muy difícil, si no imposible, funcionar como país fuera del orden de las naciones.

Y sobre las pensiones, mientras el sistema más que basarse realmente en las cotizaciones acumuladas por cada uno a largo de su vida laboral lo haga, como en la estafa de la pirámide, utilizando los ingresos de las cotizaciones actuales para pagar las pensiones generadas en la pasada vida laboral, debe reconocerse que no sirve con las retribuciones de las nuevas condiciones laborales, más bajas que muchas de las pensiones que deben satisfacerse.

Es momento de reflexionar y actuar rápidamente porque las formas, contenido y maneras que hemos disfrutado hasta ahora, son notoriamente insuficientes para hacer futuro.