l próximo viernes es el día internacional de las personas cuidadoras. Somos una población envejecida y con una esperanza de vida alta. Si tienen curiosidad, pueden buscar la pirámide de población navarra de 2020. Dibuja una figura que difícilmente llamarían pirámide si la encontraran en otro contexto, es una base adelgazada que sostiene un triángulo y más parece una punta de flecha o una casa con un gran tejado. La imagen por sí sola transmite la urgencia de abordar los cuidados de forma satisfactoria.

En nuestro entorno cultural, el cuidado de las personas mayores y dependientes ha recaído en las mujeres. Un reciente informe de la Fundación HelpAge Internacional España afirma que el perfil de la persona cuidadora informal es el de una familiar, de alrededor de 55 años, casada, con hijos y sin empleo. Solo a partir de los 80 años el reparto entre hombres y mujeres se equilibra ya que las mujeres, aunque vivimos más que los hombres, envejecemos con peor salud.

La feminización y el escenario doméstico donde se cuida explican la invisibilidad y la falta de reconocimiento de este trabajo no remunerado y muchas veces a tiempo completo. María Ángeles Durán, referente en la cuestión, señala que el cuidado no es tanto una actividad física como mental, es la gestión cotidiana del bienestar propio y ajeno. Me gusta esta definición porque contempla a todas las personas implicadas, el tiempo dedicado y la complejidad que supone la interacción de los aspectos materiales, emocionales y organizativos, armonizar las vidas.

Sin embargo, los cuidados no están recogidos en nuestro ordenamiento jurídico como un derecho de las personas, menos aún el reconocimiento del trabajo informal efectuado en el entorno familiar, que se estima que cubre más del 80 % del requerido. Es hora de abordarlo.