nduve literalmente de la mano de la enfermedad mental severa junto a mi tío Javier, protagonista de las anécdotas más inverosímiles que me alineó para los restos en el bando de los señalados con el dedo. Pero hasta en sus peores momentos aquel hombre siempre estuvo bastante más cuerdo que demasiado elemento que va por la vida sin etiqueta de loco cuando esos sí que constituyen un verdadero peligro público. Los antivacunas para empezar, primero por estúpidos al desdeñar la evidencia científica de la limitación del daño en caso de contagio; y, en segunda instancia, por insolidarios en tanto que confían su salud a que los demás se presten a la inmunización que ellos rechazan. A esa caterva de lunáticos hay que hacerles la existencia imposible sin remilgos, expulsándoles de la actividad social para forzarles a inyectarse lo que el resto y contener así la propagación. Ojalá hubiera vacuna para el virus del sectarismo, para esos otros fanáticos que desde la política complican la subsistencia a la ciudadanía cuando se les elige justo para lo contrario, para buscar soluciones eficaces a los problemas reales de la gente corriente en vez de cavar trincheras donde ocultar carencias y complejos. La temprana muerte de Almudena Grandes, fecunda literata que hizo honor a su apellido en singular, ha sacado por ejemplo lo peor de la derecha ultramontana en su miserable negativa a declararla hija predilecta de Madrid siendo la escritora preferida de tantos convecinos capitalinos, rojos como la difunta o azules como quienes la desprecian en sus poltronas sin ponerse colorados. El desprecio que sí merece la ponzoña televisiva disfrazada de periodismo, esa infección que tritura el intelecto de quienes malgastan la tarde frente a la cadena líder de audiencia como metáfora de la España alienada. Ahí quedará, para los anales del morbo catódico, la recreación reciente -en horario infantil y con un maniquí cubierto con una sábana en primer plano- de la autopsia de un infortunado sujeto bajo la tesis del asesinato ya descartada judiciamente. Ante los chiflados, chalados y tarambanas que anidan en las calles, instituciones y plataformas de comunicación, tocados del ala todos, solo nos queda abrazar las causas de la verdad, el sentido común y el sano entretenimiento. Y no necesariamente en ese orden.

Solo nos queda abrazar las causas de la verdad, el sentido común y el sano divertimento ante los chalados que anidan en calles, instituciones

y plataformas de comunicación