a polémica suscitada por las declaraciones del ministro Garzón a The Guardian ilustra la degradación a que se ha llevado la información y la acción política en la defensa de intereses espurios, poco democráticos y no siempre confesables. Garzón no ha dicho nada que no sea de sentido común, ampliamente avalado por la evidencia empírica y sustentado por consensos científicos e instituciones de todos los niveles, Unión Europea incluida. La ganadería industrializada es insostenible ambiental, territorial y económicamente. Es empobrecedora desde todos los puntos de vista, salvo el del beneficio privado de quien la explota.

Un primer aspecto a considerar es la reacción desaforada, desabrida y crispada de toda la derecha, de aquí y de allá, más centrada y más ultra. Nada extraño, es el tono habitual desde hace ya mucho. Hasta sorprendería una mayor templanza (o cualquier otra virtud cardinal, de las que anda tan necesitada). Incluso la derecha moderada rinde pleitesía acomplejada a una ultraderecha que, repitiendo viejos esquemas, ataca nominamente al "comunismo" (socialcomunismo, en la versión hispana ad hoc) cuando su objetivo real es la democracia liberal. Se pone de manifiesto el nulo apego a la verdad o, al menos, al rigor. Porque entre lo que dice la derecha y sus medios que ha dicho Garzón y la realidad hay un abismo. Se difunde y se adorna con entusiasmo un bulo, surgido al parecer de un grupo de interés relacionado con la industria cárnica, sin que importe su veracidad. Y no creo que sea simplemente porque no se molesten en contrastar la noticia acudiendo a la fuente, o por deficiencias de comprensión de la lengua inglesa. Es una estrategia que viene de lejos y a la que se aplican, con procedimientos de sobra conocidos, mediante el uso intensivo de redes sociales y medios cuyo objeto primordial es mentir y desinformar. Nada inocente, pues. Y si lo practican será porque les funciona. Las personas o grupos sociales a quienes va destinado el mensaje lo asimilan con ansias de creyentes a la caza y captura de dogmas. Que responsables políticos se apunten a la manipulación sin mayores consideraciones e incluso magnificando el bulo -ahí están Esparza o Toquero- es un verdadero insulto a la inteligencia del público y a la esencia de la actividad política.

Adviértase, de paso, que en la completa inversión del mensaje de Garzón no hay solo un afán de desprestigio del rival político, sino una defensa a ultranza de quienes el ministro señala con el dedo. Tal defensa de los agraviados es incompatible con el desarrollo de la ganadería extensiva y familiar. Harían mal los representantes del sector en ofenderse por esas afirmaciones y echarse en brazos de quienes, objetivamente, van contra sus intereses. Admitiendo la identificación de las macrogranjas con "el sector ganadero" y, por tanto, asumiendo sus postulados, alimentan a quienes tarde o temprano cavarán su fosa.

Lo cual nos lleva a una segunda cuestión. La política se ha convertido en la oposición por la oposición, en el arte del encabronamiento permanente, de la acritud hasta para dar los buenos días, en el imperio de la consigna y el argumentario telegráfico y sin contenido, en la mentira deliberada y descarnada. La argumentación, los datos, la búsqueda permanente de respaldo científico, técnico o meramente lógico a lo que se afirma han quedado arrinconadas, como patrimonio exclusivo de grupos minoritarios. Se rehúye el debate y se sustituye por la lapidación a base de eslóganes de muy escaso fuste. Se renuncia, en suma, a la dimensión pedagógica que debe tener la política bien entendida, la que se ocupa de los asuntos de la ciudadanía. Lo que implica la minusvaloración de esta, a la que se atribuye una minoría de edad permanente y pasa a ser mero receptáculo de ideas esquemáticas o de mentiras flagrantes en pos del supremo objetivo de alcanzar el poder.

En coherencia con ese modo de actuar, se organiza un gran alboroto pidiendo la cabeza del ministro; se anuncia una oleada de mociones en todo tipo de instituciones; proliferan los alcaldes de Móstoles con afanes salvadores. Lo cual, si puede ser entendible en politiquillos, periodistas y aprendices de brujo de medio pelo sin nada que perder o que viven de la cosa, abochorna en personas con responsabilidades institucionales y de gestión, sean alcaldes, presidentes de comunidades autónomas o ministros. Es particularmente llamativo que en el maremágnum de tosquedades demagógicas se alcen voces del propio PSOE, como si asumieran el discurso de la derecha o, al menos, reivindicaran su parcelita en el terreno de la manipulación y la estulticia.

Ello enlaza con un tercer aspecto que considero relevante y que podríamos enunciar como la renuncia al cambio. Más allá de la estéril pretensión del poder por el poder, gobernar implica trasladar a la sociedad una visión del mundo, de la inserción de la sociedad humana en el entorno natural, de las relaciones sociales, de los modos de funcionamiento de la actividad económica y de la distribución de sus resultados. Ninguna es inocente ni aséptica; no hay nada parecido a un "estado natural" de las cosas al que no nos podamos sustraer por mor de leyes de hierro dictadas en el mismo momento de la creación del mundo. Sin embargo, observamos comportamientos cada vez más acomodaticios que se oponen con fiereza a cualquier alteración del statu quo, a menudo en nombre del empleo, de la riqueza o de conceptos similares que enunciados en el vacío no significan nada, salvo quizá la aceptación acrítica de la dictadura del PIB, esa trampa de la que tan difícil resulta desembarazarse. La salida en tromba contra Garzón de Lambán y Mañueco, el exabrupto de García-Page o la desautorización de algún ministro son buena muestra. Sin cascar los huevos no hay tortilla posible, sea para afrontar la crisis climática, reformar el modelo socioeconómico o fijar prioridades de movilidad o infraestructuras. De paso, se impone una mordaza a cualquier político que pretenda formular ideas u opiniones que se salgan de la estrecha senda de lo políticamente correcto, enlazando con la ya aludida pérdida de la dimensión pedagógica de la política.

Entre tanta mentira, bulo y manipulación, tampoco está todo perdido. No hay que descartar un efecto bumerán al ponerse sobre la mesa la cuestión de las macrogranjas y generalizarse un debate que hasta ahora se restringía prácticamente a grupos sensibles a los problemas ambientales o a poblaciones (normalmente pequeñas) que padecían directamente los impactos de sus actividades. Algo que la entrevista de Garzón en The Guardian no hubiera conseguido sin el altavoz distorsionante y falaz de grupos de interés y sus marionetas políticas.

Se difunde y se adorna con entusiasmo un bulo, surgido al parecer de un grupo de interés relacionado con la industria cárnica, sin que importe su veracidad

De paso, se impone una mordaza a cualquier político que pretenda formular ideas u opiniones que se salgan de la estrecha senda de lo políticamente correcto