s el primer conflicto en suelo europeo de gran magnitud que se sigue por los medios de comunicación a gran escala, en todos sus formatos y a todas horas. No hay manera de escapar de él si uno quiere pasar unas horas alejado de tanto horror, inquietud y, por qué no decirlo, miedo, miedo a que el horror se vaya aún más de las manos y acabe por alcanzarnos a todos. Es humano sobrecogerse hasta el llanto viendo lo que estamos viendo y es humano que esto te llegue a afectar en tu vida diaria aunque tu vida diaria por ahora esté a miles de kilómetros del riesgo real físico. Las personas estamos hechas del mismo material por dentro y por fuera y aunque llevemos décadas acostumbrándonos a imágenes terribles y nuestras retinas sean retinas cansadas de ver dolor de repente viene un nuevo capítulo de la historia y te golpea fuerte, porque revive todas las miserias anteriores que parecían olvidadas y, si me apuran, las supera, tal vez, ya digo, por esta exposición extrema a la información que es una de las características de la vida desde que Internet y los smartphones con acceso al mismo se han convertido en una herramienta diaria que nos ocupa muchas horas. Vivimos colgados de estos trastos y cuando los trastos lo que traen es este drama esto nos aplasta y es capaz incluso de bloquearnos durante fases del día. Quizá lo más conveniente -antes y ahora- sea alejarse en la medida de lo posible de ese torrente de palabras, sonidos e imágenes y tratar de encontrar algo de calma en lugares más amables como los que hoy en día por desgracia ofrecen unos medios de comunicación que, por lógica, están volcados con la actualidad. No recuerdo muchas semanas tan informativamente opresivas en mi vida como ésta que termina, aunque supongo por desgracia que quedan días o semanas difíciles. Es imposible ponerse en lugar de quienes padecen la tragedia. Que pare pronto, por favor.
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