as primeras personas que tenemos que tener en cuenta estando a favor de la paz y en contra de la guerra son las que sufren y nuestra solidaridad tiene que ser para ellas. Quienes están muriendo siendo heridos, sufriendo y quedándose sin casa, sin ciudad y sin sociedad son los ucranianos y ucranianas, y ellos merecen la solidaridad humana. Es verdad que ahí siguen los yemeníes y las y los de Siria, Libia, Palestina y tantas y tanto otros; pero, como siempre, son los últimos y últimas las que vemos más cerca.

Señor Vladimir Putin, ¡para esta guerra! ¡Detén los ataques y las dolorosas destrucciones! Eso es lo que te pedimos, revindicamos y exigimos. Solamente lo podemos hacer en base a los derechos humanos, a la civilización y al porvenir, pero lo formulamos desde el deseo y la voluntad del pacifismo y con la expresión de una advertencia: para la ciudadanía rusa sería peor ganar esta guerra.

Sabemos muy bien que Putin no llegara a conocer este mensaje, y que si lo hiciese, no lo tomaría en consideración. Seguirá adelante con su conquista aunque ello implique destruir ciudades, casas y bienes, y, sobre todo, personas y vidas. ¡Desgracia de nuestros tiempos!

Porque la guerra de Ucrania también es una guerra nuestra; igual que lo fueron y lo son las guerras de Yemen, Siria, Libia, Afganistán y tantas otras. A todos nos atañen igual que el cambio climático o el calentamiento de los polos.

Pero la cuestión es que Putin no va a perder esta guerra; por el contrario, seguramente la ganara. Y, además, tampoco perderá la guerra económica; seguramente también la ganara. Pero a mi parecer, la única guerra que podría perder y que perderá Putin es la ideológica. Solamente la guerra ideológica.

Es desde el pacifismo y por el pacifismo como se le ganará a Putin. Por ello, los mejores luchadores en la guerra de Ucrania -por no llamarles soldados- están actuando en la propia Rusia. Es allí donde hay más detenidas, perseguidos y juzgados; o sea, las y los pacifistas rusos.

No es la organización OTAN la que traerá la paz; además, ahora más que nunca está quedando en evidencia la falta de validez de la OTAN. El sur de Euskal Herria, los cuatro territorios, ya le dimos un rotundo NO en el último referéndum; y eso es algo que debería ser recordado y respetado en el marco de este pueblo.

No obstante, el pacifismo, para ser efectivo y ganar las luchas ideológicas, debe pretender ser coherente y general. Son los tiempos de la guerra los que por un lado resultan más difíciles y los que por otro lado podrían ser también los más fructíferos para el pacifismo. Debemos preguntarnos, en nombre del pacifismo, dónde se colocan ahora quienes tantas veces han condenado todas las violencias, vengan de donde vengan. Y tendríamos que interrogarnos sobre qué piensan quienes envían contra misiles y tanques ultramodernos y ante las reclamaciones de la paz granadas y metralletas.

Son muchas y muchos quienes nos recuerdan que las ciudadanas y ciudadanos de Ucrania tienen derecho a defenderse. Han sacado a relucir las antiguas teorías contra los ataques y las guerras injustas. Son opiniones respetables -¿cómo no?- , pero analicemos y recordemos la dolorosa historia de los chavales muertos en la Intifada. No se puede negar el derecho a defenderse del pueblo de Palestina, pero la responsabilidad de la muerte de aquellos niños y niñas que se levantaron contra los tanques arrojándoles piedras corresponde, en primer lugar, a quienes los asesinaron, y en segundo lugar, a quienes los animaron, aplaudieron y dejaron marchar a una muerte segura.

El pacifismo, además de coherente, debe ser general, si se pretende que sea creíble, y las posturas a favor de la OTAN o las reivindicaciones de aumentar la industria militar contradicen esa generalidad.

El autor es abogado