Espectáculo tétrico pero fulgurante. Un canto al dolor. Un montaje fenomenal para el turista extranjero. Para los de casa, cada día menos. Y eso que todavía acude algo de gente, algunos por devoción y otros por salir a donde sea después de dos años de encierro por la pandemia. Está claro que la clientela va fallando últimamente. Te transporta a la Edad Media con romanos acicalados, caperuzas de kukus klan de todos los colores, vestidos, ropa, brocados de oro y bordados de mantelería fina para la virgen y brutalidad para Jesús Cristo. Los costaleros y cofrades manteniendo la tradición. Los soldados romanos, bien vestidos y elegantes, alguno ya pasado de edad, porque le costaba seguir el ritmo del compañero de delante, un poco cojo, pero el fervor guerrero le salvaba, con lanza y todo. Los costaleros a puro huevo en casi todos los pasos. A un navarro no le puedes poner motor y ruedas en los pasos, aunque pesen como un muerto, nunca mejor dicho. La Dolorosa y la Magdalena cumpliendo bien con su trabajo. Lo que echo de menos es a San José. No aparece por ninguna parte; lo han condenado al ostracismo. Y eso que era padre. Y no creo que ningún padre se olvide de su hijo, sobre todo si lo crucifican. Igual es porque solo era padre putativo. La paloma hizo su trabajo y no le dio opción ni para descenderlo de la cruz.