Una entidad discreta, pero muy arraigada en el tejido social navarro que pretende colaborar con las realidades más vulnerables. Fundación Pauma surgió hace 40 años de un sueño que tuvieron dos educadores y que se terminó consolidando como una organización especializada en el ámbito de la gestión de recursos sociales y educativos; con especial incidencia en temas relacionados con menores, –programas de intervención familiar, trabajos en ludotecas y centros juveniles–, medioambiente y personas mayores.
En lo que respecta a este último –al que Alicia Olza, directora de está área, describe como la parte “más bonita” de la fundación–, comenzó en 2020 el programa Siempre Acompañados en el barrio de San Juan. Después, en 2022, se expandió hasta Txantrea e Iturrama. Y su finalidad es que la gente cuente con herramientas propias para afrontar las situaciones de una soledad no deseada. De esa que quita el aliento y coloca un muro entre la persona y el mundo. Y a la que a veces cuesta abandonar.
Desde Fundación Pauma se da por hecho que este sentimiento es algo que va intrínseco en las personas y que forma parte de la vida. “Pero es una cosa que está ahí, que se puede elegir y que, de hecho, nos ayuda a saber quiénes somos. El problema es que llega cuando menos lo deseamos”, apunta Mirentxu Araiz, trabajadora del centro de San Juan. Por esta razón, uno de los principales objetivos es que los 379 usuarios –318 mujeres y 61 hombres– recuperen sus fortalezas, “conecten con el sentido de la vida y que socialicen con personas. Que busquen establecer relaciones significativas, que les llenen, para lograr integrarse en los contextos y barrios en los que están”.
Asimismo, también se pretende acabar con “la mala prensa” que tiene la soledad, debido al alarmismo y la necesidad actual de querer realizar de forma continua actividades para no sentir aislamiento, abandono o hastío. “No es una enfermedad ni una lacra, sino algo que hay que normalizar y reconocer que hay diferentes tipos de soledades”, indica Alicia. Por eso, la gestión y el apoyo son individualizados, a pesar de las reuniones, charlas y talleres que se hacen de forma colectiva.
Dar el primer paso
A la soledad se le teme. Y, sin embargo, cuesta mucho admitir este sentimiento y mostrarlo al mundo para pedir ayuda. En ese sentido, desde la asociación reconocen que lo esencial es un apoyo individualizado porque, en palabras de Olza, “tu situación no tiene nada que ver con la de los otros. Después, llegarán las actividades colectivas, pero lo primordial es apoyar en las habilidades que ya se tienen. Las personas mayores tienen mucha fortaleza y mucho poder, así que hay que recordarles quiénes son y cómo afrontar su nueva etapa”, en la que la soledad parece que ha ganado la partida. Pero no.
Así que, en cuanto se redescubren a sí mismos, llegan los ratos de convivencia diaria, apoyo y gestión; lo que las usuarias del programa llaman la cuadrillica. “Es necesario crear un tejido, una conexión con los demás. Si se crean relaciones significativas, es mucho más sencillo escapar de esa soledad o de, incluso, prevenirla”, comenta Ana María Pérez, trabajadora del centro de Iturrama.
En ese sentido, también se trabaja en la creación de barrios amables. “No es lo mismo salir de casa y no ver a nadie que dar una vuelta y reconocer a la gente. Por eso, lo que pretendemos es involucrar también a los comercios para que se creen relaciones de diferentes intensidades y contribuyamos en crear una comunidad”, sostiene Alicia. Se trata de convertir la calle en el salón de tu casa, que diría Concha Maestre, una de las usuarias del programa.
En esa misma línea, consideran que esta red de contactos que construye el barrio es algo imprescindible porque “a veces puedes estar rodeada de gente y no estar conectada con los otros. Se produce una soledad acompañada que es todavía más difícil de identificar”, señala Ana María. Por eso, lo que se debe hacer es que las personas mayores generen su proyecto de vida independiente de los demás porque “si algún día fallan la familia o los amigos, es posible tener otros apoyos”, añade Mirentxu.
De esta forma, Siempre Acompañados no solo es un programa para combatir la soledad no deseada, sino una "conexión que se crea con calidad y calidez", sentencia Alicia.
Encuentros grupales
A pesar de las dificultades para acceder a este programa –por los estigmas y el reparo de reconocer esa soledad–, cuando llegan, las personas mayores realizan una primera toma de contacto por medio de una entrevista, en la que cuentan su historia de vida. Después llega el plan de intervención, dependiendo de qué tipo de sentimiento y situación está padeciendo.
“El fin último es el barrio. Aquí hacemos actividades más amables que sirven de prueba para la vida real. Y también como puente, porque de aquí salen conexiones, amistades y relaciones muy bonitas”, reconoce Ana María. De hecho, no solo con el resto de usuarios sino con las trabajadoras. “Es que las queremos. Les ves la cara y te alegras por dentro”, expresa Gema con emoción.
Asimismo, una vez se entra en el circuito y desaparece el pudor ante el aislamiento, las personas mayores responden. “Es un colectivo con un gran bagaje y múltiples experiencias, por lo que, en cuanto recuperan el sentido de su vida y retoman su nuevo proyecto, reconectan consigo mismos y con su alrededor”, comenta Alicia.
De este modo, en cuanto ya han completado su proceso –porque poseen las herramientas suficientes para gestionar sus vidas–, dejan el programa –les dan “el alta”–, reconocen la soledad como algo a lo que no temer y caminan hacia una ancianidad sin miedo.
Aunque, si en algún punto vuelven a sentirse perdidos, siempre tienen las puertas abiertas para retomar el circuito de Siempre Acompañados. Y reaprender que nunca es tarde para conocerse, para encontrarse de frente con la soledad y abrazarla como a una vieja amiga.