in una ética inequívoca y universal que oriente la praxis colectiva, todo parece necesariamente abocado al relativismo moral. Y tras él nos topamos inevitablemente con la libertad del ser humano. Por tanto, frente a la indeterminación moral, hay que elegir constantemente. Esa es, sin duda, una de las cuestiones más difíciles y delicadas en el arte de dilucidar cuestiones morales complejas. En rigor, lo que debe preocupar es la racionabilidad de una ética política que debe basarse en la responsabilidad y en el cálculo de las consecuencias. Independientemente de las convicciones, no hay moral política que no jerarquice sus principios para poder optar en caso de contradicción. Y esa jerarquía se basa siempre en una valoración de los problemas, sus posibles soluciones y los efectos previsibles de las decisiones. La misma doctrina católica, basada en el amor, distingue actitudes morales distintas para situaciones diferentes, oscilando sus textos sagrados entre el protagonismo del Dios justiciero y vengativo y el Dios misericordioso. Entre la moral absoluta y rígida, que aspira a hacer valer sus normas haciendo abstracción de la diversidad y complejidad de la realidad social concreta, y la moral cínica, que busca normas ad hoc para legitimar sus decisiones, existe una moral relativa sustentada en consensos racionales y en una práctica responsable, que tiene la suficiente flexibilidad y dosis de pragmatismo como para afrontar con eficacia cuestiones delicadas y de enorme complejidad internacional. Es fácil asumir la prescripción moral de que la política se sustente en principios y valores en situaciones de paz, orden y bienestar. Pero cuando la violencia amenaza la vida de los ciudadanos, como es el caso de la guerra de Ucrania, ¿basta la ética cristiana de la caridad y el amor? ¿Es posible mantenerse al amparo de una ingenua e idealista postura pacifista? Proclamar el eslógan del no a la guerra en una concentración pacífica con la prensa cubriendo el evento, aun siendo necesario, ¿es suficiente? ¿O está justificado, e incluso recomendado, el deber de salvar a un país de una manera más práctica? Cuando no se enmascara el hecho de que la política necesariamente ha de recurrir a decisiones posibilistas, si es que realmente está decidida a lograr la paz, se pone de manifiesto la espinosa situación de conciliar cuestiones aparentemente antagónicas como es la defensa de las víctimas de la nación invadida y la necesidad perentoria de evitar que haya más damnificados, es decir, acabar de una vez por todas con esta terrible lacra que es la guerra, aunque sea mediante la rendición. Nadie es tan ingenuo como para pensar que sólo con medias diplomáticas, muy necesarias obviamente, se va a terminar con la invasión rusa. En mi opinión, es necesaria la ayuda de los países occidentales, que también se sienten amenazados, a la resistencia del pueblo ucraniano, mediante el envío de armas. Es cierto que esta postura es debatible y, por tanto, cuestionable, más aún si recordamos el bombardeo de la OTAN en los Balcanes sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, o los 46.000 civiles muertos en la invasión bélica de Afganistán, pero no nos engañemos, no existe un criterio racional y objetivo que permita una elección ética inequívoca e incuestionable. Es una decisión que ha de tomarse con total responsabilidad y con el mayor consenso posible. Es imprescindible la unidad de la Unión Europea y a nivel nacional es deseable la unidad de la mayor parte de las formaciones políticas. No hay más moral que la que los seres humanos se dan libre y democráticamente. Así que menos rasgarse hipócritamente las vestiduras. En otras palabras, una cierta dosis de pragmatismo justifica un determinado uso de medios aunque puedan considerarse dudosos. En el terreno de la realidad vemos una y otra vez que quienes actúan de ordinario en base a una ética de convicciones, se transforman súbitamente en profetas de una moral más pragmática. Quienes repetidamente han predicado el amor o la razón frente a la fuerza, invocan acto seguido la violencia como algo necesario. Ayer fueron las cruzadas cristianas, después fue la defensa de los derechos humanos y hoy la protección de la libertad y la democracia de Occidente. Incluso, las guerras preventivas, como la inmoral y execrable guerra de Irak, han pretendido legitimar un uso pragmático de la fuerza armada. Lo cierto es que la guerra y la violencia han sido utilizadas y justificadas con argumentos morales a lo largo de la historia, lo cual es execrable, pero si hay un caso claro de legítima defensa es precisamente la guerra de Ucrania, país invadido brutalmente por Rusia, a cuya defensa deben éticamente contribuir los países respetuosos con el Derecho internacional.

*El autor es médico-psiquiatra-psicoanalista