ace poco murió una periodista de 53 años que hace unos cuantos fundó una revista llamada Jot Down Magazine. Las veces que leo Jot Down siempre me queda una gran sensación: buenas entrevistas, extensas, extensísimas incluso, y buenas columnas. Pero no me interesa ahora tanto la revista como su creadora. Y más que su creadora el hecho de que su creadora sea una gran desconocida y que ni una sola imagen suya haya traspasado la línea que separa lo privado de lo público. A estas alturas de la vida, es casi un milagro que nadie y menos con un cierto nombre en algún ámbito no tenga aunque sea una foto enana flotando en el inmenso magma de internet. No la había de María José Marhuenda -más conocida como Mar de Marchis-, una periodista que según su biografía escasamente conocida pasó por diversos problemas mentales al morir su padre, incluyendo depresión y agorafobia. Lo que me llama la atención es su obstinación en preservar su intimidad e imagen, en un mundo en el que lo que prima es precisamente todo lo contrario y en el que quien más quién menos utiliza las redes sociales y se expone de una manera u otra. Que personas del gremio periodístico, en cambio, del medio escrito en este caso, mantengan ese compromiso personal de no mezclar profesional con personaje es, si ese era el motivo, admirable. Admirable porque a mi al menos me sigue resultando más complejo abstraerme de un texto si veo la cara del autor o la autora y me sigue gustando más leer una firma sin rostro e imaginar o ni siquiera imaginar cómo será quien escribe aquello o simplemente ni siquiera pensar en eso sino dejar que las letras hagan su efecto sin la distorsión de la imagen de por medio. Así leímos antes libros, textos e incluso oído discos, sin apenas datos de quienes los creaban. No sé qué motivos impulsaban a De Marchis, pero cualesquiera que fuesen me parecen tan respetables como contracorriente.