Es un organismo exotérico que realiza gestiones delictivas, pero ajustadas a las leyes. Es un oxímoron, pues pretende dos objetivos opuestos: el que se publica como un servicio a la seguridad del Estado al que se le cubre de un velo de misterio y heroísmo, y el que sirve para justificar el manejo de fondos públicos secretos para fines delictivos por procedimientos penados por la ley. Que tienen que ser solicitados, razonados y autorizados por un juez que les da legitimidad. Es decir, es un juego de policías y ladrones. Sería robar, hacer trampas, engañar, pero legalmente. Además, las autorizaciones y sus correspondientes acciones son secretas, pero son de general conocimiento que sabe que se llevan a cabo, aunque nadie responde por ellas, salvo cuando se quiere difundir un rumor u ocultar una acción para salvar a alguien con los pantalones bajados cuyas consecuencias afecten a quienes determinan los poderes fácticos y que entonces se provoca una crisis de gobierno y la convocatoria de nuevas elecciones. Depende de los resultados de la operación, pero dando apariencia de que se ejecutan en beneficio del Estado. Es sopas y sorber. Y lo más irónico es que todo fluye por las cloacas del estado, pero se le califica de “inteligencia”, lo cual es un contrasentido, pues lo desarrollan militares cuyas iniciativas fracasan sistemáticamente, pues la profesión no da más de sí. La realidad es que en estos momentos el CNI ha provocado una crisis política que tiene muchos aspectos de sainete, sólo que el juego de tronos que está monopolizando la actividad política y social del país está sirviendo de aval de la consideración que se tiene de España en la prensa y el prestigio internacional, y confirma que El Lazarillo de Tormes es el ejemplo representativo de la literatura nacional que ha dado prestigio a nuestro mundo de pillos, vividores y poco de fiar, pero nadie nos puede negar que amamos la chapuza.