En el ecuador de las fiestas siempre es tiempo de balance. De sopesar lo bueno y lo mejor y tratar de que en lo que queda de San Fermín no se repita lo malo. De momento la cosa va bien en la balanza, desequilibrada en lo bueno por el peso del gentío y el buen ambiente. Lo malo hasta la fecha se quedó en Curia.

Aunque malo fueron también muchos de los preparativos municipales que nos han llevado hasta donde estamos o esa suciedad en las plazas y calles que está lanzando al mundo una imagen de ciudad vertedero cuando el día asoma y los gatos dejan de ser pardos. Pero estamos y eso es lo mejor.

Que hemos llegado hasta aquí y tenemos delante el espectáculo de ver las calles repletas a todas horas del día y de la noche, llenas sobre todo de gente joven, en esa edad incierta al salir de la adolescencia y despertar casi a la juventud, cuando los días solo cuentan como un descuento hacia la noche, que sí o sí se queda corta.

Esa generación que se ha hecho mayor esperando este momento tras dos años en blanco y que tiene en los ojos toda la ilusión de vivir unas fiestas añoradas que no defraudan. Esa edad mágica en la que la amistad es el ingrediente esencial para la fiesta, aunque bien pensado los amigos y las amigas siempre lo son, porque la fiesta sí, pero la buena amistad no tiene edad.