La RAE define la felicidad como el estado de grata satisfacción espiritual y física. También como la ausencia de inconvenientes o tropiezos. Pero seguro que si nos lo preguntamos o lo hacemos a los demás cada cual dará una respuesta diferente y satisfactoria. Está claro que la felicidad (o la infelicidad) no tiene una fórmula concreta pese a ser el bien inmaterial más perseguido por la especie humana. Que se lo digan a Meik Miking, fundador del Instituto para la Investigación de la Felicidad de Copenhague. Los nórdicos llevan dos décadas consultando a miles de personas por sus sentimientos y cómo se encuentran con el objetivo de implantar políticas en busca de la felicidad y bienestar de la población. Y, claro barren para casa con unas listas en las que cuantifican la calidad de vida al estilo anglosajón. Quizá confundiendo bienestar material con felicidad, ya que sus niveles de riqueza sí que son para envidiar. Porque también nos ganan en depresiones, estrés y ansiedades. En el sur sí que sabemos ser felices, muchas veces con menos elementos materiales y menor nivel de vida. Con espíritu de superación, pero también con ansias de vivir la vida al máximo y disfrutar con y de los nuestros. De otra manera, pero tan felices. Que la felicidad muchas veces no está en tener mucho, sino en necesitar poco.