POR lo visto, Churchill nunca dijo que los fascistas del futuro se llamarían a sí mismos antifascistas, pero lo innegable es que la frase enuncia una verdad que se ha revelado como esférica. En el punto del tercer milenio que cabalgamos, no hay forma más efectiva de sexar un totalitario que escuchar sus bravatas identificándose como “antifa”, que es el gili-apócope que se dan los camisas pardas contemporáneos. Y a partir de ahí, claro, el clásico bíblico: por sus hechos los conoceréis. Resulta que los que berrean a todas horas las mañanas a la libertad le han montado un linchamiento de toma pan y moja a la cantante Laura Pausini por haber pretendido ser libre de no cantar Bella Ciao a requerimiento del abusón ventajista que conduce un programa de la tele al que la italiana tuvo la poca cabeza de acudir. Por lo menos, lo suplió con la valentía de la negativa a hacer lo que le se le exigía, alegando que se trataba de un himno político.

Ya digo que por ello le está cayendo la del pulpo. Y la cosa es que Pausini se equivoca. Quizá hubo un tiempo en que Bella Ciao tuvo un sentido político, pero desde que ha entrado en el repertorio de las orquestas de verbena pachanguera junto a Paquito Chocolatero o El venao, el viejo cántico partisano se ha convertido en chuntachunta de pijoprogres con escasas lecturas y, desde luego, nulo conocimiento de la Historia. Manda bemoles, por lo demás, que su renovada moda se deba al producto de una plataforma audiovisual requetecapitalista y, si nos ponemos tiquimismiquis, que ninguno de los beatorros de guardia haya caído en lo descaradamente heteropatriarcal de su letra.