Anteayer, en un parque de Bilbao, con perdón, cinco jóvenes hirieron de gravedad a un atracador. Solo con esta breve nota, la mayoría del vecindario ha supuesto el origen y condición del desafortunado ladrón reincidente, lo cual puede deberse a dos virtudes: al arte de la adivinación o al poso de la experiencia. Usted elija. El negacionista aireará el mantra del prejuicio, pero si uno prejuzga y casi siempre acierta, el error no será ya del prejuicioso y sí del prejuzgado. Lo he dicho ya aquí: no conozco a un solo peatón al que no haya intentado hurtar o robar, a él o alguien cercano, un grupo determinado de chavales.

Y, claro, luego pasa lo que pasa. Por una parte, el terrible palizón y, por otra, el triste aplauso del tendido. El negacionista aducirá entonces que el paisanaje es xenófobo y neonazi, lo cual es mucho aducir, pero a cambio tendrá que aclarar por qué no abunda tal odio contra negros y chinos, por ejemplo. No: la gente está hartísima de un colectivo muy concreto. Y el verdadero prejuicio es considerar que la razón de ello es la ojeriza, el capricho, vamos, que Patxi se levanta un día y decide tener manía a unos y no a otros.

La gente, sí, en bastantes sitios está hasta el moño de ser asaltada por los mismos, cada vez con mayor agresividad; de que instituciones y medios obren como si el problema no existiera; y de que, encima, esas mismas instituciones y medios reduzcan el hartazgo popular a obsesión de abascales. Yo me temo que solo se tomarán este asunto públicamente en serio, y saldrán a la calle a expresarlo, cuando ocurra una tragedia. Y será para contarnos que No al racismo. De lo otro, ni mu.