Si les preguntaran qué es lo más importante para ustedes, ¿qué contestarían? Podemos arriesgar respuestas llenas de seres queridos o considerados, salud, seguridad, cumplimiento de proyectos vitales. Habría una gran coincidencia, aunque se entenderían elecciones más originales al conocer a sus protagonistas y sus momentos vitales. Ese generalizado querer lo mismo formalmente no evita fricciones, pero nadie rebate su relevancia. No suele escucharse algo como “eso de que quieras a tu hijo no es lo más importante” o “ni que no hubiera cosas más importantes que llegar a fin de mes o que ese diagnóstico sea favorable”.

¿Y si trasladamos la pregunta al ámbito público o escuchamos afirmaciones que conllevan la calificación de importancia de tal o cual cuestión? Las cosas cambian. Compruebo que si pregunto por los hechos del Colegio Mayor Elías Ahujá o el precio siempre ascendente de la pasarela del Labrit obtengo la bonita respuesta de que hay cosas más importantes y pienso si debo preguntar solo por la guerra, el cambio climático o el hambre en el mundo, aunque tampoco son tantas las personas en mi entorno dedicadas a su solución y que puedan ofrecer una respuesta fundamentada que amplie mi corta visión. ¿La opción es quedarse callada? Por ahí va la cosa, sospecho. Cada vez que escucho que hay cuestiones infinitamente más importantes que lo que planteo siento que me dicen, con condescendencia y desde una cierta altura, que me calle, que vuelta la mula al trigo, que los mayores están a otras cosas y, en última instancia, que parezco algo tontaina y periférica. Y como lo siento cada vez que pasa, creo que esa respuesta sirve para eso, para minorizar mi posición. Es una estrategia dialéctica que puede encubrir tanto el desconocimiento como la opinión opuesta entendida como la única posible. Una faltada, vaya.