Si en lugar de semen hubiera escrito unos versos de Nicolás Guillén – “Tu andar fabrica para el espasmo gritador / espuma equina entre tus muslos de metal” –, casi nadie hubiera empezado esta homilía. Tampoco, me temo, si la hubiera titulado Hazia, palabra de moda en las tertulias. Por si no lo saben se lo cuento: una jueza ha impedido a una pareja alavesa que registre con ese nombre a su hija porque “significa en el euskera usual ‘semen’ y la connotación sexual es la más habitual”. ¿De verdad usted lee hazia y lo primero que le viene a la cabeza es lefa, esperma, leche o chele? Igual el raro soy yo.

Supongo que lo suyo sería ahora opinar sobre el exceso de celo de la magistrada o el terco capricho de los progenitores, y llenar este espacio de signos de exclamación, ya sean de asombro o de ira, a favor de tigres o leones. Y, sin embargo, quizás por la edad me tienta cada vez más la interrogación, vamos, que no tengo claro si lleva razón la togada atendiendo a la letra pequeña de la ley o la familia aferrándose al genio inviolable del deseo. En algunos rincones panameños aún se dice “¿cuál es su gracia?” si se quiere conocer cómo se llama uno. Así que decida hoy usted sobre esa gracia.

Solo querría añadir una queja, que es como rescatar antes de irme las exclamaciones: estoy harto de que se pregunte qué significa Alazne y no qué hay detrás de Antonio, de las risas al traducir Harkaitz y el silencio ante todo Pedro, de quien ve atávico y pueblerino, cerril y chovinista ponerle a tu niña Goizane y sin embargo alucina con su abuela cool Aurora y su trendy nieta Alba. De Amoroto a Malasaña, basta el DNI.