Poco o nada tiene que ver el arte social o el activismo artístico con los movimientos de activistas de diversas causas que han tomado últimamente los museos como escenarios de sus acciones, más próximas a actos contra el patrimonio que a las reivindicaciones que proclaman. Actos que quedan muy distantes de otros proyectos colectivos que sí entienden el arte como una verdadera interacción social, como un ejercicio útil desde la imaginación, la creatividad, las ideas y la estética para construir un mensaje con un claro fin social. Mejor ser críticos desde el arte que lanzar tartas, purés o sopas contra las obras las principales pinacotecas. Creo que no es más que una manera poco acertada, aunque quizás efectiva, de llamar la atención, no sobre la causa que dicen defender y que de hecho se diluye entre la materia lanzada, sino sobre el papel que el arte tiene en nuestros días. Si no hemos sido capaces de educar generaciones que entiendan que dañar obras de arte, por muy protegidas que estén, no es ninguna acción solidaria, que precisamente los artistas tienen elementos y un lenguaje propio para llamar la atención y sensibilizar y apoyar causas justas, es que queda mucho por avanzar. Hay formas más inteligentes para defender la lucha contra el cambio climático, apoyándose en el arte en vez de atacarlo. Porque la cultura es una buena herramienta de activismo social en un momento de crisis como el actual en el que es uno de los pocos refugios activos como espacio para la reflexión, el diálogo y la crítica, tan necesaria en tiempos de incertidumbre. “Nada hay más fácil que atentar contra una obra. Los museos no deben de ser fortalezas sino sitios de cultura”, aseguraba el director del Museo del Prado tras el último incidente y no le falta razón. Tratar de convertir los espacios culturales en recintos de máxima seguridad es ir contra su esencia, alterando el diálogo necesario entre la obra y el visitante. Pero la realidad es que en poco tiempo, activistas del clima han atacado cuadros (que estaban protegidos por lo que el daño es casi testimonial) con sopa de tomates, puré o pegamento en varias ciudades. Pretenden que desde la política les vean y se actúe para frenar el cambio climático, pero creo que no movilizan apenas conciencias, más allá de conseguir una difusión efímera en las redes. El arte y muchos artistas plasman en sus obras el devenir de la sociedad. Antes y ahora y no son pocos los que cuestionan la inacción ante el cambio climático con acciones que se exponen en esos mismos museos que ahora están siendo atacados. Es preocupante el cambio climático, sí, pero también lo es el pretender enfrentarlo al arte, que ha sido siempre una herramienta de cambio y activismo social y cultural.