Estamos ahí con el café, una mañana más. Viendo llover. Y de repente, Lucho, que ya sabéis cómo es, suelta: definitivamente, soy realista. ¿De la Real?, le pregunto yo, tal vez un poco irónicamente. Y me dice: No, de la realidad. Ok, en ese caso, buen amigo, me agrada mucho tener a una persona realista a mi lado. No obstante, siento decirlo, yo soy romántico, le digo. Sin más. Y así es: o eres realista o eres romántico, punto. Si no sabes si eres realista o eres romántico, acabas teniendo problemas de orientación. Tienes que averiguarlo lo antes posible. Más que nada, para saber a qué atenerte. Ya te digo. Porque si eres realista, vas a querer saber a qué atenerte. Vas a buscar asideros. Si eres romántico, te burlas de los asideros, esa es tu maldición. Pero si eres realista, los buscas. La existencia es fluctuante y vertiginosa, es preciso tener asideros, afirma Lucho, el realista. Y sí, de acuerdo. Lo sé. Pero ¿sabes lo que te digo, Lutxo? Que yo no soy romántico porque lo haya elegido. O porque me vaya bien. Que puede que no, claro, ya te digo. Lo soy porque lo soy, no sé si me explico. Ser romántico es una fatalidad. No es algo buscado, es algo que te pasa. Y esa suerte que tienes, si te pasa, claro, supongo. No obstante, sin embargo, todos sabemos que lo único seguro que tenemos, tanto los realistas como los románticos, es la sanidad pública. Y sabemos que está siendo atacada. De hecho, en algunas comunidades autónomas, muy mucho atacada: pretender ignorarlo es perverso. Y también sabemos, digo, que la sanidad privada acaba arruinando a los enfermos, a nada que tengas algún problema serio. Así que mira, a mí me da igual que tú seas realista o romántico. Como si quieres ser monárquico y del Real Madrid. Lo que te digo es que si dejas que los tuyos empiecen a erosionar también la sanidad pública, lo van a hacer con fiereza. Cual pirañas. Y la llevaríamos clara, claro. Ya te digo.