La COP27 da paso al mundial de fútbol, tal cual. En el mismo informativo pasamos de constatar que no hay manera de tomar decisiones responsables ante esta catástrofe de escala mundial a jalear un montaje económico tan inmoral que lo de menos sería que se celebre en una dictadura fundamentalista, machista y homófoba, sufragada por el dinero más sucio del mundo y con el compadreo de la peor corrupción. De la conferencia del clima, que ha hecho menos ruido que el fútbol, constatamos desde hace años que de nuevo no se atiende a la necesidad de tomar una actuación drástica y se sigue intentando tirar adelante haciéndonos trampas al solitario. Poniendo algún parche como (¡ya era hora!) ayudar económicamente a los países más vulnerables, esos que no producen gases de efecto invernadero pero que sufren sus consecuencias. Pero de reducir la emisión de tales gases, nada, una vez más nos ponen acto seguido el fútbol para que se diluyan las ganas de buscar responsables. Al fin y al cabo estamos permitiendo que se conculquen todos los derechos humanos simplemente porque nos gusta ver cómo mueven el balón unos niñatos generando un valor añadido obsceno que va a las mismas empresas que nos están jodiendo el planeta. Todo es consecuencia de haber caído en manos de trileros, que van a estar sacando lo poco que nos queda (de dinero, de salud, de esperanza) para seguir siendo cada vez más ricos. De verdad, hay lunes en los que dan ganas de llorar.

Pero no quiero cerrar así porque tenemos algún mínimo poder, colectivamente, como clientes de esa gentuza: todavía podemos apagar la tele, cambiar de compañías de energía, comprar cercano, olvidarnos de esos criminales porque no son necesarios. Hacerles daño donde más les duela; no dejar de denunciar sus trampas.