Hace diez meses el Athletic participó en la Supercopa disputada en Arabia Saudí, país de larga tradición futbolera, donde los derechos humanos se respetan muchísimo más que en Catar. Los medios discreparon: unos informaban de que viajaron cuatro forofos, otros hablaban de seis. No obstante, hubo unanimidad en la crítica a la elección de la sede. No conozco a nadie a quien le pareciera correcta. Tampoco a quien haya roto el carné o dejado de ser seguidor del equipo.

Es lo que tienen las indignaciones, que solo derivan en boicot cuando nos va poco en ello. Al triunfar los barbudos en Cuba exigieron a los habaneros el rechazo al libertinaje bajo la fórmula de tres C, cero cena, cero cine, cero cabaret. En Francia existe la gozosa sobremesa de otras tres C, café, coñac y cigarro, a las que a veces acompaña una cuarta, y no es la cocaína: el chocolate. Pues bien, a ver cuánta gente evitaría aquí todos esos placeres por una causa, la que fuera, porque causa siempre hay una. Lucía Etxebarria pidió boicotear sanfermines tras la sentencia de la manada. Yo boicoteo el cerebrito y el torombolo desde que me gustan los domingos.

Nada nos define más que este gremio, que con una mano vende el clínex de Salvados y con la otra la bufanda de La Roja. Y digo yo que, si su dolor fuera tan infinito, y su denuncia tan implacable, bastaría con no dedicar ni un segundo, ni una línea, a la infamia catarí. Claro que con razón podría responder que su tarea es informar y que vive de ello. Como si la tarea de los futbolistas no fuera estar en el Mundial. Como si no vivieran, también, de ello.