Lecciones, las justas

Escribí aquí mismo que no me iba a costar nada no ver ni un minuto del Mundial de la infamia. Y, segundo arriba o abajo, lo he cumplido. Todo lo que me he echado a los ojos en directo ha sido uno de los penaltis fallados por España contra Marruecos (ni idea del jugador que marró) al pasar delante de un bar y, en las mismas circunstancias, uno de los goles de Argentina a Croacia. Como también anoté, no tiene ningún mérito por mi parte. Hace tiempo que un genio bondadoso salido de una lámpara me extirpó la mayor parte de mi pasión pelotera. Si el campeonato hubiera sido en cualquier otro lugar, digamos, homologable, me da que tampoco le habría dedicado mucha más atención que a este. Por lo demás, me he librado muy mucho de exigir a nadie una actitud similar. Cada cual es dueño de sus contradicciones y lidia con ellas como buenamente puede. Si no te gusta recibir lecciones, predica con el ejemplo y no vayas dándolas tú a los demás.

Legitimación

Lo que no me vale es pretender estar en la cabeza de todas las manifestaciones. Si eres quien más ha cantado las mañanas al personal sobre la satrapía catarí y, en especial, sobre su política laboral asesina, no me vengas vestido de hincha de uno de los contendientes en la final. Y, ya, por favor, por favor, por favor, no te atrevas a teorizar frívolamente que “en lo deportivo” este ha sido uno de los mejores mundiales de la historia. Al menos, tápate un poco, porque quizá ni te des cuenta de que esas actitudes y esos comentarios son la legitimación de los autores de las tropelías que denuncias. Qué foto más evitable pero perfectamente ilustrativa, por poner solo uno entre mil ejemplos, la de Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero y Rafa Mayoral tifando desde un sofá para que Argentina ganara una competición que decían estaba construida sobre la sangre de miles de personas.

Todo se compra

Mientras se estaba disputando ese encuentro, escribí que el fútbol es un gran desenmascarador de hipócritas. Antes, había apuntado que, quedara como quedara el partido, el Mundial lo ganaría Catar. Mi consuelo es comprobar que no soy el único que piensa así. Triste consuelo, porque si vamos a lo nuclear, nos encontramos con que ha quedado probado, por si teníamos alguna duda, que el dinero de los jeques no solo alcanza para comprar la voluntad de los que habitualmente se dejan untar (Infantinos, Kailis y demás), sino también la de los más castos y puros. Qué oportunidad perdida para, sin ir más lejos, clamar por la inminente ejecución de un futbolista iraní por rebelarse contra los ayatolás.