A 2023 no le voy a pedir mucha cosa. De hecho y tal como está el patio solo le voy a pedir que sea un poquito mejor que 2022 y que dé paso a 2024, en la línea de Amanece, que no es poco. Más que nada porque a los años anteriores sí que interiormente algo les pedía y total que han sido unos años mierdosos y crueles, al menos a nivel mundial, por lo que no seguiré la rutina. Así que eso, algo mejor que 2022, que dé paso a 2024 y que acaben las guerras. No más, la verdad, viendo cómo está el mundo y cómo de agobiante puede llegar a ser la actualidad informativa. 2023. Va a hacer en nada tres años desde que comenzáramos a tener noticias de la existencia de un virus en China. Tres años. Parece que han pasado tres décadas, tres décadas en las cuales han pasado muchas cosas pero no sé si ninguna buena, más allá de aquella ola de solidaridad y agradecimiento de los primeros meses de la pandemia, como aquella ola de solidaridad y congoja de los primeros meses de la guerra ante un pueblo ucraniano que nada tiene que ver en estos asuntos de despachos y señores de la mentira y de la guerra. No sé dónde ha ido a parar todo aquello de la pandemia, ni si salimos mejores o peores. Para mí que salimos más tocados. Sí, mentalmente más débiles, más vulnerables. Lo dicen todos los expertos y te lo encuentras en ti mismo y en bastantes personas con las que hablas. Claro, al vivir en un lugar rico y pacífico y en un estrato social cómodo nuestros problemas reales durante muchos años habían sido problemas bastante llevables. O cuando menos asumibles. De repente tienes que enfrentarte a enemigos invisibles que te horadan los pulmones, muertes a todas horas, ruido nuclear, medios informativos machacando el ánimo con miedo y destrucción… No es sencillo evitar todo eso. Pero aquí estamos ya: 2023. No estaría tampoco de más mejorar uno mismo. A todos los niveles. Nunca es tarde. Espero.