“Y que conste que también salgo a correr”. Acreditado. Elma Saiz Delgado salió a la carrera cuando, abortada por el PSN una alcaldía de cambio y corta de apoyos la candidatura de Esporrín, cambió su asiento de concejala por el despacho de consejera de Economía y Hacienda. En Septiembre último, la presidenta Chivite la puso en el escaparate de la portavocía del Gobierno. Y luego vino la candidatura a la Alcaldía de Pamplona, proclamada con aprovechamiento de visita ministerial para la firma del Convenio Económico. Lo institucional y lo partidista, a un paso. En primarias sin rival, según Saiz; por mutuo acuerdo en una reunión de partido, según Esporrín. La primera tampoco descarta una vuelta al Ejecutivo si no consigue su objetivo; la segunda no cierra la puerta a otros destinos, como una vuelta al Parlamento: “No lo entiendo como un castigo. Me buscarán una ubicación dentro del partido”. Las perdices de una colocación asegurada. Desde los tiempos de Julián Balduz (1979-1987), Pamplona no tiene una alcaldía del PSOE, conseguida en origen desde una minoría de cinco ediles. Tuvo el apoyo de HB (7) y del PNV (2), aunque los socialistas se habían negado a apoyar a Patxi Zabaleta, candidato de la izquierda abertzale. Ante su reelección en 1983 (11 concejales, lista más votada), UPN intentó en vano dársela al único concejal del PNV. Elma Saiz se considera una “apuesta ganadora” para “volver a hacer latir” a Pamplona, “paralizada” por Maya y Asirón. Con inevitables pactos en el horizonte posterior a las urnas, Elma Saiz repite el sonsonete de Maite Esporrín en 2019, feliz y expansiva en su inolvidable “Agur, Asiron”: “El Partido Socialista presentará su propuesta para gobernar”. Y si no recibe apoyos suficientes, atenerse a las consecuencias, cabría deducir por la última experiencia. En muletillas propagandísticas (ilusión, trabajo, pasión, cercanía), repertorio convencional. En la concreción de pactos, piel resbaladiza. Una anguila.