Decenas de miles recorriendo las calles de Bilbo, a los que habría que añadir muchos más miles que no asistieron a la manifestación de todos los años, reivindicaron que no se discrimine a las personas presas penalizándoles con medidas de excepción. No faltaron, por supuesto, pancartas reclamando Presoak etxera, directamente. Creo que se puede decir sin equivocación que sobre esa primera reivindicación hay un sentir mayoritario en la sociedad vasca. El sistema penitenciario español establece medidas atenuantes para los condenados como la progresión de grado, los permisos o la libertad condicional. Y mientras las autoridades penitenciarias españolas discriminen a un sector determinado de reclusos, los relacionados con ETA, en la aplicación de esos beneficios será pertinente esa reivindicación.

Sin falsear la realidad, hay que reconocer que entre las decenas de miles asistentes y los más aún de no asistentes al acto, hay quienes consideran –Presoak etxera– que esas personas no deberían estar en la cárcel, ya que se trata de militantes heroicos que no cometieron ningún delito porque lucharon por la liberación de su país, fueron y son auténticos y sacrificados gudaris con los que el pueblo vasco está en deuda. Sin tampoco falsear la realidad, para otro sector que justifica con razones sólidas su postura, es perfectamente justo que se siga excluyendo de los beneficios penitenciarios a las personas encarceladas por haber pertenecido a ETA. Hay incluso quienes desearían que se pudran en la cárcel, y así lo manifestaban reiteradamente cuando ocurrían los hechos por los que fueron encarceladas.

Hay un espacio irreconciliable entre estos dos sectores, que pueden concretarse en los que entendieron y apoyaron a ETA por un lado, y los que padecieron los efectos de la acción de ETA por otro. Y cuando digo afectados quiero abarcar a los que directamente sufrieron daño corporal o material y también a los que vieron limitada su acción política o social a causa de la actividad de ETA. Hay entre medio, por supuesto, una mayoría que sin estar directamente implicada ni afectada asistió enmudecida pero consternada a aquellas décadas de crueldad que, con el tiempo, ha tomado postura ante dos sensibilidades hoy por hoy contrapuestas e incluso irreconciliables.

No me cabe duda de que buena parte de quienes se manifestaron el sábado día 7 en Bilbo estaría en desacuerdo con una repetición de la historia, que reconocen la inutilidad del sacrificio de tres generaciones de vascos y el horror que en este país se ha vivido, con el deterioro de la convivencia y de la libertad. También creo que muchos de los participantes prefieren no mirar atrás, intentar el difícil equilibrio de borrón y cuenta nueva, y exhibiendo músculo ofrecer el utópico panorama de mirar al futuro y pasar página. Pero no es fácil. En primer lugar, porque el horror está demasiado cerca en la memoria y en la piel, porque están vivas las víctimas que lo sufrieron y sólo una espesa capa de silencio –que no olvido– ha cubierto el desasosiego y el sobresalto de un pasado demasiado reciente. No es fácil, además, porque hay partidos políticos y apéndices mediáticos que se ocupan de que ETA esté presente todos los días, por puro tacticismo electoral y agitan el pasado sin importarles una higa las víctimas, ni siquiera las suyas. Las otras víctimas, o sea, las que no cuentan en los memoriales oficiales y que también formaron parte del pasado, esas ni existen.

No va a ser fácil ni está cercana la reconciliación real. La mayoría de la sociedad vasca cree que ETA fue un trágico e injusto error, pero el sector que en su día apoyó su estrategia político militar sigue empeñado en pasar página apelando a no mirar atrás y afrontar el futuro sin un relato de parte. No cabe duda de que será cuestión de tiempo, porque no es fácil un presente sin memoria y un pasado sin autocrítica.