Escribir se ha puesto complicado. No escribir también, claro. Todo está complicado. Pero escribir últimamente es un proceso mental cada año más sinuoso. Por los colectivos que se pueden sentir aludidos. O las personas. Lo ves en las redes sociales. Este periódico cuelga bastantes veces por ejemplo en su cuenta de Instagram o de Twitter o de Facebook las columnas. Y la gente, afortunadamente, se siente libre para mandarte a tomar por culo por el motivo que mejor estime. O sin motivo, por pura tirria, que ya a estas alturas hasta lo veo bien.

Una de las frases estrella es “encima te pagarán por escribir esto”. Claro. A doblón. Y toda clase de insultos o malentendidos o gente que lee de manera transversal o yo qué sé. Es como un estercolero, pero sin el cómo. A veces, ojo. Hay gente muy educada y juiciosa, que te lleva la contraria y lo hace con mucho respeto y hasta tendrá razón y todo el derecho del mundo a expresar su opinión. A mi eso me parece un avance y al que escribe le enseña, espero, porque te muestran aristas que tú no habías visto o enfoques diferentes. Se aprende. Pero tenemos el tema de los colectivos.

Yo soy hombre, por ejemplo. Heterosexual. Del montón tirando pa abajo. Y, entre otros, todo este tema de la identidad de género y la ley y el debate y todo su léxico y complejidad y bandos y roces entre un feminismo y otro y mil cosas más del asunto se me escapa. Por eso no abro el pico. Por respeto a quien se pueda sentir mal a causa de mi ignorancia. Y por no llevarme dos hostias, claro. Verbales, aunque sea. Me pasa con más cosas. No con muchas, claro, si no menudo drama. Pero sí con más que antes. Es como si llevara el freno de mano puesto. Y eso para escribir es malo. Hay que meter quinta y apretar a fondo y luego ya verás si hay que pulir algo o no. Pero no salir ya con la primera metida y acojonado de meter segunda. Ya se pasará, cojones.