Se ha convertido en un clásico que algunos trabajadores públicos aprovechen la cercanía electoral para desplegar sus reivindicaciones. Desde la creencia de que al Gobierno de turno le pueden temblar las canillas ante la proximidad de la cita con las urnas, entienden que se trata de una ocasión pintiparada para pedir lo que no se ha reclamado en los cuatro años anteriores de legislatura o para conseguir lo que sí se ha demandado pero sin éxito.

En Navarra ahora mismo hay cola de profesionales con la mano extendida por si cae algo. Abrieron la espita los letrados de Justicia y elevaron la apuesta los del Sindicato Médico. Tras comprobar la predisposición del Ejecutivo a aflojar el bolsillo, a continuación han salido en tropel la inmensa mayoría de los sindicatos de la función pública con la llamada a un paro masivo para el miércoles que tiene pinta de que no será una gran movilización.

Con independencia de las razones que unos y otros tengan para llamar a la huelga, la convocatoria llega más a destiempo de lo que algunos se creen. No en vano, al Gobierno le resta poco más de mes y medio para entrar en funciones, por lo que debería cuidarse mucho de asumir compromisos que descuadren los presupuestos recién aprobados para este año e hipotequen a quienes tomen las riendas del Palacio foral a partir del verano, incluso aunque sean prácticamente los mismos inquilinos que los actuales.

Este lío laboral suscita poca empatía entre la ciudadanía, que observa con cierta perplejidad el alboroto ocasionado especialmente desde el Sindicato Médico, con una negociación cuando menos sorprendente y en la que prima la subida de sueldo por encima de la mejora del servicio.

En este escenario suena a chiste que Javier Esparza, que formó parte del Gobierno campeón en los recortes en Osasunbidea, tienda la mano a Chivite para solucionar los problemas de salud pública. Olvida el presidente de UPN que ocupaba un asiento en el gabinete de Barcina de aquella nefasta etapa en la que incluso se tiró al subsuelo la calidad de las comidas que se ofrecían en los hospitales con la miserable privatización de las cocinas que tuvo que revertir el Gobierno de Barkos.