No me causa sorpresa, pero me indigna y repugna porque es puro odio antidemocrático, que esa diputada ultra pretendiera la estupidez de que el adoctrinamiento (¿cuál? anda a otro perro con ese hueso) está haciendo que más niñas, niños o niñes descubran que su género o su expresión no es la normativa. Ella no lo dijo así, hablaba de “casos” como si fuera un suceso anómalo y dañino, porque en el lenguaje casposo de la ultraderecha no hay matices y todo es en blanco y negro como en el NoDo, ya recuerdan lo de los niños y las niñas con sus penes y sus vulvas. En el imaginario de la derecha lgtbfóbica el mundo es tan simple como injusto, porque condena a que quienes no caemos en sus cajas tan ordenadas y tan de siempre a ser mirados como algo extraño, acaso enfermo, sin duda sospechoso. El mismo partido, por cierto, se negaba luego a reconocer que exista el antigitanismo. Y es que no es raro: cuando uno tiene un mito, como el del español cabal y la española mujer mujer, de misa diaria y voto de ultraderecha, complaciente con el franquismo y racista, machista, aporofóbico y lgtbfóbico, todo lo que se aparta es obra del demonio socialcomunista que dirían los del PP.

La cuestión es cuánto daño pueden hacer antes de que desaparezcan en el pasado oscuro de la historia de la desigualdad y la injusticia, cuánto espacio público se les permite ocupar a esos discursos antiguos y odiosos, que han conseguido que tanta gente haya sufrido y siga siendo discriminada o señalada. La ley trans puede conseguir, como lo están haciendo otras leyes igualitarias, un entorno social más amable para muchas personas, pero si no denunciamos a la vez el lenguaje y los mitos que mantienen esa discriminación (como pasa en el fútbol, por ejemplo, aunque esto sería otra historia) no conseguiremos avanzar demasiado.